2º domingo de Cuaresma, 20 de marzo de 2011
Lect.: Gén 12: 1 – 4 a; Salmo 32; 2 Tim 1: 8b-10; Mt 17: 1 - 9
1. Quizás solo quien haya sido emigrante obligado —como muchos de nuestros hermanos nicaragüenses— podrá hablar de lo duro que es ese proceso por el que pasó Abraham, de salir de la tierra propia y de la casa y ambiente familiares, del que nos habla la primera lectura. Más allá de la separación de los seres y del país queridos, está luego el adaptarse a una nueva cultura, nuevas costumbres, nuevas formas de ver las cosas y hasta nueva forma de hablar, —aunque se comparta el mismo idioma. Evidentemente este mandato de Dios a Abraham, no se aplica en nuestro caso solamente a esa experiencia de la migración. En sentido más profundo nos está diciendo que una fe auténtica nos pide “emigrar” de formas tradicionales, rutinarias, quizás ya “tiesas”, acartonadas, esclerotizadas de practicar la religión. Por supuesto esto conlleva también, como en la otra migración, sacrificios, choques culturales, “duros trabajos”, como dice la segunda lectura, y la exigencia de una gran disponibilidad para el crecimiento personal y una gran confianza en Dios.
2. A pesar de que todos nosotros estamos movidos en nuestra religiosidad por un deseo auténtico de encontrarnos con Dios, de conocerlo y vivir en su intimidad, los practicantes tradicionales tenemos el peligro de caer en una confusión: pensar que “encontrarse con Dios” es sinónimo, equivalente de “matricularse” en la Iglesia y de suscribir un conjunto de creencias, doctrinas y verdades acerca de Dios. Se nos olvida que, como nos recuerda Juan, “a Dios nadie le ha visto jamás” y que todas las reflexiones, teologías y esfuerzos humanos, no son más que eso, pequeños esfuerzos humanos por acercarnos al que, como dice Pablo, está por encima de todo conocimiento y que es el Inexpresable, el “Dios escondido” que “está en lo secreto”.
3. Sin despreciar esos pequeños esfuerzos humanos, pero animándonos a superarlos, el texto de Mt hoy, conocido como el pasaje de la “trasfiguración”, nos da elementos para sobrepasar una manera muy racionalista y doctrinal de entender el acercamiento y el conocimiento de Dios. En esa línea, lo primero que resulta impactante, dentro del lenguaje simbólico de la narración, es eso que dice que a Jesús y a los tres apóstoles que lo acompañaban, “una nube luminosa los cubrió con su sombra”. Pareciera contradictorio, pero el símbolo nos está diciendo que tratándose del conocimiento de Dios, la luz puede venir de una sombra, de una aparente oscuridad, si lo juzgamos desde la perspectiva del conocimiento puramente racional, conceptual, académico. La luz viene de un conocimiento, como dice Pablo, “que supera todo conocimiento”. En la escena esa iluminación está ligada no a entrega de enseñanzas y doctrinas, sino a la experiencia viva de lo que era Jesús, más allá de las apariencias. Con el simbolismo de la luz y la blancura de los vestidos, se nos está diciendo que en la misma realidad humana de Jesús, en su misma vida cotidiana se transparenta la divinidad. Y nos mueve a pensar que lo mismo se puede decir de nosotros: viviendo a fondo nuestra humanidad, podemos transparentar —y experimentar— la divinidad. Pablo lo dice con tal fuerza, que uno se maravilla de que lo olvidemos tan a menudo: “todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa imagen cada vez más gloriosos: así es como actúa el Señor que es Espíritu” (2 Cor 3: 18).
4. El texto, finalmente, sugiere por qué olvidamos tan a menudo esta buena noticia y por qué con tanta facilidad optamos más bien por pensar que uno se acerca a Dios solo por la vía del aprendizaje de verdades y la aceptación de creencias. Tomamos esa otra opción por miedo. Nos da miedo pensar que Dios se transparenta en lo humano. Tenemos quizás tan escasa valoración de nosotros mismos, que nos da miedo pensar en esta buena noticia. Nos parece una irreverencia, un atrevimiento, o una pérdida del sentido de la trascendencia, cuando es todo lo contrario (como lo dijo Pablo VI en la clausura del concilio Vaticano II). Por ese miedo, los discípulos cayeron de bruces, al experimentar la presencia divina en el hombre Jesús. Y Jesús, entonces, los toca y les dice “levántense, no tengan miedo”. Cada uno de nosotros puede pensar qué es lo que le está impidiendo levantarse, lo que lo sigue manteniendo en una religión de miedo, sin poder descubrir la presencia de Dios en lo más profundo y auténtico de su persona.Ω
Lect.: Gén 12: 1 – 4 a; Salmo 32; 2 Tim 1: 8b-10; Mt 17: 1 - 9
1. Quizás solo quien haya sido emigrante obligado —como muchos de nuestros hermanos nicaragüenses— podrá hablar de lo duro que es ese proceso por el que pasó Abraham, de salir de la tierra propia y de la casa y ambiente familiares, del que nos habla la primera lectura. Más allá de la separación de los seres y del país queridos, está luego el adaptarse a una nueva cultura, nuevas costumbres, nuevas formas de ver las cosas y hasta nueva forma de hablar, —aunque se comparta el mismo idioma. Evidentemente este mandato de Dios a Abraham, no se aplica en nuestro caso solamente a esa experiencia de la migración. En sentido más profundo nos está diciendo que una fe auténtica nos pide “emigrar” de formas tradicionales, rutinarias, quizás ya “tiesas”, acartonadas, esclerotizadas de practicar la religión. Por supuesto esto conlleva también, como en la otra migración, sacrificios, choques culturales, “duros trabajos”, como dice la segunda lectura, y la exigencia de una gran disponibilidad para el crecimiento personal y una gran confianza en Dios.
2. A pesar de que todos nosotros estamos movidos en nuestra religiosidad por un deseo auténtico de encontrarnos con Dios, de conocerlo y vivir en su intimidad, los practicantes tradicionales tenemos el peligro de caer en una confusión: pensar que “encontrarse con Dios” es sinónimo, equivalente de “matricularse” en la Iglesia y de suscribir un conjunto de creencias, doctrinas y verdades acerca de Dios. Se nos olvida que, como nos recuerda Juan, “a Dios nadie le ha visto jamás” y que todas las reflexiones, teologías y esfuerzos humanos, no son más que eso, pequeños esfuerzos humanos por acercarnos al que, como dice Pablo, está por encima de todo conocimiento y que es el Inexpresable, el “Dios escondido” que “está en lo secreto”.
3. Sin despreciar esos pequeños esfuerzos humanos, pero animándonos a superarlos, el texto de Mt hoy, conocido como el pasaje de la “trasfiguración”, nos da elementos para sobrepasar una manera muy racionalista y doctrinal de entender el acercamiento y el conocimiento de Dios. En esa línea, lo primero que resulta impactante, dentro del lenguaje simbólico de la narración, es eso que dice que a Jesús y a los tres apóstoles que lo acompañaban, “una nube luminosa los cubrió con su sombra”. Pareciera contradictorio, pero el símbolo nos está diciendo que tratándose del conocimiento de Dios, la luz puede venir de una sombra, de una aparente oscuridad, si lo juzgamos desde la perspectiva del conocimiento puramente racional, conceptual, académico. La luz viene de un conocimiento, como dice Pablo, “que supera todo conocimiento”. En la escena esa iluminación está ligada no a entrega de enseñanzas y doctrinas, sino a la experiencia viva de lo que era Jesús, más allá de las apariencias. Con el simbolismo de la luz y la blancura de los vestidos, se nos está diciendo que en la misma realidad humana de Jesús, en su misma vida cotidiana se transparenta la divinidad. Y nos mueve a pensar que lo mismo se puede decir de nosotros: viviendo a fondo nuestra humanidad, podemos transparentar —y experimentar— la divinidad. Pablo lo dice con tal fuerza, que uno se maravilla de que lo olvidemos tan a menudo: “todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa imagen cada vez más gloriosos: así es como actúa el Señor que es Espíritu” (2 Cor 3: 18).
4. El texto, finalmente, sugiere por qué olvidamos tan a menudo esta buena noticia y por qué con tanta facilidad optamos más bien por pensar que uno se acerca a Dios solo por la vía del aprendizaje de verdades y la aceptación de creencias. Tomamos esa otra opción por miedo. Nos da miedo pensar que Dios se transparenta en lo humano. Tenemos quizás tan escasa valoración de nosotros mismos, que nos da miedo pensar en esta buena noticia. Nos parece una irreverencia, un atrevimiento, o una pérdida del sentido de la trascendencia, cuando es todo lo contrario (como lo dijo Pablo VI en la clausura del concilio Vaticano II). Por ese miedo, los discípulos cayeron de bruces, al experimentar la presencia divina en el hombre Jesús. Y Jesús, entonces, los toca y les dice “levántense, no tengan miedo”. Cada uno de nosotros puede pensar qué es lo que le está impidiendo levantarse, lo que lo sigue manteniendo en una religión de miedo, sin poder descubrir la presencia de Dios en lo más profundo y auténtico de su persona.Ω
Muchas Gracias Jorge por compatir estas reflexiones, como siempre nos hacen ir más allá de lo que tradiconalmente se dice sobre estos temas.
ResponderBorrarMuy impresionante resultó para mi cuando dices que en la transfiguración de Jesús lo que se nos quiere transmitir no es una doctrina sino una experiencia de encuentro con Dios al que estamos llamados a reflejar al igual que Jesús, según lo dice también Pablo, muy alentador verlo de esa manera.
No quedarnos en esa vivencia acartonada de la religiosidad resulta fundamental máxime cuando pasán cosas como la que ocurrió ayer en la misa en Grecia, donde el sacerdote realizó la consagración latín!! debo decir que lamentablemnete de nada me ualió el resto de la misa, tal fue mi indignación.
Ojalá no regresemos en el tiempo y en vez de renovar nuestra experiencia espiritual volvamos a las prácticas sin sentido, como celebrar en un lenguaje que nos dice nada.
Un abrazo.
Diay Edwin, me duele decirlo, pero ese regreso en el tiempo es la línea oficial central desde Roma. Y tenemos para rato. Lo penoso, entre otras cosas, es que no supone una vuelta a otras formas de vivir la espiritualidad cristiana, posibles dentro de una sana diversidad, sino más bien una forma de fortalecer institucionalmente prácticas nostálgicas e ideologías cpnservadoras. En Roma tendrán un cierto planteamiento más o menos coherente para ellos y sus posiciones, pero aquí en la periferia (donde sin duda ninguno de esas generaciones de curas habla el latín) me temo que sea simplemente una expresión significativa de adhesión a esa posición ideológica y al poder de la institución como tal.
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