Domingo de Pascua, 4 de abril de 2010
Lect. Hech 10: 34 a. 37 – 43; Col 3: 1 – 4; Jn 20: 1 – 9
1. A quienes somos de mayor edad nos sorprende un recuerdo. El de que siendo esta la fiesta central del cristianismo, durante nuestra infancia se tratara de un celebración bastante borrosa en la liturgia. No fue sino hasta los años 50 del siglo XX que el nuevo orden litúrgico promulgado por Pío XII restaura los rasgos de esta importante fecha. Se había perdido por completo el sentido y formas que tuvo en los primeros siglos del cristianismo, hasta el punto de que la Vigilia Pascual ¡se celebraba en la mañana del sábado!, por supuesto, sin mayor posibilidad de darle a los símbolos apropiados su lugar. Será, en fin, en los años 60 que la reforma del Concilio Vaticano II, vuelva a poner la fiesta enriquecida en su lugar, restaurando toda la unidad del Triduo Pascual. Inevitable pensar que, entre otras cosas, ese extraño fenómeno de distorsión litúrgica tendría que ver con problemas serios de una teología oficial incluso que no alcanzaba a comprender el significado profundo de la Resurrección. Lo central para la visión imperante en la Iglesia con anterioridad a estas reformas, era la idea de la muerte redentora de Jesús, conmemorada el viernes santo. En términos del cambio de mentalidades, que se realiza tan lentamente, no es de extrañar que el espíritu original de la fiesta de la Pascua todavía no haya calado en prácticas religiosas cargadas del dolorismo redencionista, como pueden verse en celebraciones, por lo demás, culturalmente muy ricas, como las procesiones en Guatemala o en Sevilla. Algunos autores señalan cómo, mientras la cultura y la antropología no cesan de evolucionar, queda “el tema de la resurrección en el desván de nuestras creencias intocadas” (J.M. Vigil).
2. Entre las pocas cosas que la reflexión de algunos pastores han introducido para acompañar al pueblo en su necesidad de poner al día su fe pascual, está la aclaración de que por resurrección no puede entenderse la vuelta a la vida de un cadáver. Pero más allá de esto, son escasos los esfuerzos por producir un pensamiento que supere la interpretación física del hecho de la resurrección de Jesús, el Cristo. Probablemente la gran mayoría de católicos practicantes aún piensen en este evento como en un “hecho físico milagroso”. Tan es así que en épocas muy recientes todavía se discuta sobre los intentos de comprobar si existe o no una tumba de Jesús en Israel (y, suponemos, con el ánimo de mostrar que está o no vacía).
3. Tenemos cincuenta días, hasta Pentecostés del 2010, una vez más, para intentar construir una perspectiva más adecuada que nos permita ahondar en lo que llamamos el misterio de la resurrección, central a nuestra vida cristiana. Vamos a tratar de aplicarnos a este esfuerzo, aún sabiendo que mucha tarea quedará pendiente.Ω
Lect. Hech 10: 34 a. 37 – 43; Col 3: 1 – 4; Jn 20: 1 – 9
Nota previa:
Como este y el próximo domingo no me corresponde celebrar en la parroquia, voy a brindar unos apuntes sobre el tema de la liturgia, con un poco de más independencia de la forma de homilía.
1. A quienes somos de mayor edad nos sorprende un recuerdo. El de que siendo esta la fiesta central del cristianismo, durante nuestra infancia se tratara de un celebración bastante borrosa en la liturgia. No fue sino hasta los años 50 del siglo XX que el nuevo orden litúrgico promulgado por Pío XII restaura los rasgos de esta importante fecha. Se había perdido por completo el sentido y formas que tuvo en los primeros siglos del cristianismo, hasta el punto de que la Vigilia Pascual ¡se celebraba en la mañana del sábado!, por supuesto, sin mayor posibilidad de darle a los símbolos apropiados su lugar. Será, en fin, en los años 60 que la reforma del Concilio Vaticano II, vuelva a poner la fiesta enriquecida en su lugar, restaurando toda la unidad del Triduo Pascual. Inevitable pensar que, entre otras cosas, ese extraño fenómeno de distorsión litúrgica tendría que ver con problemas serios de una teología oficial incluso que no alcanzaba a comprender el significado profundo de la Resurrección. Lo central para la visión imperante en la Iglesia con anterioridad a estas reformas, era la idea de la muerte redentora de Jesús, conmemorada el viernes santo. En términos del cambio de mentalidades, que se realiza tan lentamente, no es de extrañar que el espíritu original de la fiesta de la Pascua todavía no haya calado en prácticas religiosas cargadas del dolorismo redencionista, como pueden verse en celebraciones, por lo demás, culturalmente muy ricas, como las procesiones en Guatemala o en Sevilla. Algunos autores señalan cómo, mientras la cultura y la antropología no cesan de evolucionar, queda “el tema de la resurrección en el desván de nuestras creencias intocadas” (J.M. Vigil).
2. Entre las pocas cosas que la reflexión de algunos pastores han introducido para acompañar al pueblo en su necesidad de poner al día su fe pascual, está la aclaración de que por resurrección no puede entenderse la vuelta a la vida de un cadáver. Pero más allá de esto, son escasos los esfuerzos por producir un pensamiento que supere la interpretación física del hecho de la resurrección de Jesús, el Cristo. Probablemente la gran mayoría de católicos practicantes aún piensen en este evento como en un “hecho físico milagroso”. Tan es así que en épocas muy recientes todavía se discuta sobre los intentos de comprobar si existe o no una tumba de Jesús en Israel (y, suponemos, con el ánimo de mostrar que está o no vacía).
3. Tenemos cincuenta días, hasta Pentecostés del 2010, una vez más, para intentar construir una perspectiva más adecuada que nos permita ahondar en lo que llamamos el misterio de la resurrección, central a nuestra vida cristiana. Vamos a tratar de aplicarnos a este esfuerzo, aún sabiendo que mucha tarea quedará pendiente.Ω
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