er domingo de Pascua, 18 abril 2010.
Lect.: Hech 5: 27 b – 32. 40 b – 41; Apoc 5: 11 – 14; Jn 20: 19 – 31
1.Continuamos durante estas semanas acompañados por los relatos evangélicos que nos narran la gran transformación experimentada por los primeros discípulos tras la muerte de Jesús. Sabemos que nos hallamos frente a una realidad que nos supera por completo, el misterio de la vida divina en nosotros mismos, y no podemos por tanto pretender expresar esa realidad con un fácil recurso a explicaciones conceptuales, por más que aparentemente éstas nos hagan sentirnos más seguros. Mucho menos podemos caer en la tentación de hacer de estos textos pascuales una lectura fundamentalista. Como decía el texto evangélico del domingo pasado, estas páginas lo que nos presentan son “signos” que se han escrito para suscitar nuestra fe en Jesús y tener vida en su nombre. Los dos domingos anteriores nos han ayudado a entender un poco que se trata de signos que expresan el descubrimiento por parte de los discípulos de lo que es vivir en plenitud la vida humana, hasta el fondo, hasta descubrir la presencia divina que hay en nosotros mismos. Tal pareciera que ellos realizan este descubrimiento al verse interpelados por la entrega total de Jesús en su vida y llevada a los más increíbles límites en la muerte de cruz. Pero también al ir experimentando en sus propias vidas la misma vida del resucitado, no solo durante esas primeras semanas después de la Pascua, sino a lo largo de las décadas que siguieron, hasta que plasmaron algunas de estas experiencias en los escritos evangélicos.
2.No es nada fácil y quizás es hasta imposible, reconstruir cómo fue la experiencia pascual de los discípulos. La única forma de realmente acercarnos a esa experiencia de resurrección es llegar a vivirla nosotros mismos. Pero, de todos modos, hay en los relatos pascuales algunos detalles que, despojándolos de un cierto aire ingenuamente fantástico, nos pueden dar algunas pistas de cómo y dónde los discípulos fueron experimentando la vida que compartían con el resucitado. En el capítulo de hoy hay dos de esos detalles sencillos que parecen darnos un cierto apoyo en nuestra propia búsqueda de la vida plena en nosotros. El primer detalle es la referencia a la vuelta al trabajo. Tras la muerte de Jesús estos pescadores vuelven a su lanchas y a ganarse con ellas su supervivencia. Y es en ese ambiente laboral donde, en este caso, experimentan la vida del resucitado. Aunque para narrar la experiencia recurran a formas literarias que pueden confundir, sabemos que esas expresiones son “signos” y sabemos además que están hablando de otro nivel de realidad, cuando recalcan que su experiencia del resucitado inicialmente no les permite reconocer a Jesús como era en su presencia histórica. La fecundidad en el trabajo, sea en las actividades laborales ordinarias, sea en las propias de la misión como comunidad eclesial, parece un signo de esa vida nueva en la que van creciendo.
3.El otro detalle está asociado a la persona de Pedro. Las tres confesiones de adhesión y amor que le provoca Jesús, son como una manera de recordar las tres negaciones de la noche del Jueves Santo y, más allá, las otras debilidades e infidelidades de Pedro. Pareciera que aquí se nos dice cómo en la experiencia de perdón que conlleva este relato, se da también una experiencia de la vida nueva que los discípulos están empezando a vivir. Sentirse perdonados, perdonarse a sí mismos, y darse cuenta que el amor de Dios es mucho más grande que nuestras faltas y que nuestra conciencia, es otro ámbito en el cual pareciera que los discípulos experimentan la vida nueva del resucitado en ellos, que supera las limitaciones y mezquindades de nuestra vida ordinaria que, tras el sentido de culpa, a veces nos disfrazan la tentación de darnos demasiada importancia a nosotros mismos. Posiblemente, en la medida en que avancemos en nuestra vida espiritual, será en situaciones similares como vayamos descubriendo la presencia del resucitado en nosotros, aunque como aquellos primeros discípulos ni le reconozcamos ni nos atrevamos a preguntarle quién es, porque tendremos la certeza de que estas cosas, esta fecundidad de nuestra acción y esta esta experiencia de perdón solo pueden venir del Señor.Ω
Lect.: Hech 5: 27 b – 32. 40 b – 41; Apoc 5: 11 – 14; Jn 20: 19 – 31
1.Continuamos durante estas semanas acompañados por los relatos evangélicos que nos narran la gran transformación experimentada por los primeros discípulos tras la muerte de Jesús. Sabemos que nos hallamos frente a una realidad que nos supera por completo, el misterio de la vida divina en nosotros mismos, y no podemos por tanto pretender expresar esa realidad con un fácil recurso a explicaciones conceptuales, por más que aparentemente éstas nos hagan sentirnos más seguros. Mucho menos podemos caer en la tentación de hacer de estos textos pascuales una lectura fundamentalista. Como decía el texto evangélico del domingo pasado, estas páginas lo que nos presentan son “signos” que se han escrito para suscitar nuestra fe en Jesús y tener vida en su nombre. Los dos domingos anteriores nos han ayudado a entender un poco que se trata de signos que expresan el descubrimiento por parte de los discípulos de lo que es vivir en plenitud la vida humana, hasta el fondo, hasta descubrir la presencia divina que hay en nosotros mismos. Tal pareciera que ellos realizan este descubrimiento al verse interpelados por la entrega total de Jesús en su vida y llevada a los más increíbles límites en la muerte de cruz. Pero también al ir experimentando en sus propias vidas la misma vida del resucitado, no solo durante esas primeras semanas después de la Pascua, sino a lo largo de las décadas que siguieron, hasta que plasmaron algunas de estas experiencias en los escritos evangélicos.
2.No es nada fácil y quizás es hasta imposible, reconstruir cómo fue la experiencia pascual de los discípulos. La única forma de realmente acercarnos a esa experiencia de resurrección es llegar a vivirla nosotros mismos. Pero, de todos modos, hay en los relatos pascuales algunos detalles que, despojándolos de un cierto aire ingenuamente fantástico, nos pueden dar algunas pistas de cómo y dónde los discípulos fueron experimentando la vida que compartían con el resucitado. En el capítulo de hoy hay dos de esos detalles sencillos que parecen darnos un cierto apoyo en nuestra propia búsqueda de la vida plena en nosotros. El primer detalle es la referencia a la vuelta al trabajo. Tras la muerte de Jesús estos pescadores vuelven a su lanchas y a ganarse con ellas su supervivencia. Y es en ese ambiente laboral donde, en este caso, experimentan la vida del resucitado. Aunque para narrar la experiencia recurran a formas literarias que pueden confundir, sabemos que esas expresiones son “signos” y sabemos además que están hablando de otro nivel de realidad, cuando recalcan que su experiencia del resucitado inicialmente no les permite reconocer a Jesús como era en su presencia histórica. La fecundidad en el trabajo, sea en las actividades laborales ordinarias, sea en las propias de la misión como comunidad eclesial, parece un signo de esa vida nueva en la que van creciendo.
3.El otro detalle está asociado a la persona de Pedro. Las tres confesiones de adhesión y amor que le provoca Jesús, son como una manera de recordar las tres negaciones de la noche del Jueves Santo y, más allá, las otras debilidades e infidelidades de Pedro. Pareciera que aquí se nos dice cómo en la experiencia de perdón que conlleva este relato, se da también una experiencia de la vida nueva que los discípulos están empezando a vivir. Sentirse perdonados, perdonarse a sí mismos, y darse cuenta que el amor de Dios es mucho más grande que nuestras faltas y que nuestra conciencia, es otro ámbito en el cual pareciera que los discípulos experimentan la vida nueva del resucitado en ellos, que supera las limitaciones y mezquindades de nuestra vida ordinaria que, tras el sentido de culpa, a veces nos disfrazan la tentación de darnos demasiada importancia a nosotros mismos. Posiblemente, en la medida en que avancemos en nuestra vida espiritual, será en situaciones similares como vayamos descubriendo la presencia del resucitado en nosotros, aunque como aquellos primeros discípulos ni le reconozcamos ni nos atrevamos a preguntarle quién es, porque tendremos la certeza de que estas cosas, esta fecundidad de nuestra acción y esta esta experiencia de perdón solo pueden venir del Señor.Ω
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