6º domingo de Pascua, mayo 13, 2007
Lect.: Hech 2: 1 –2. 22 – 29; Apoc 21: 10 – 14. 22 – 23; Jn 14: 23 – 29
1. A la distancia temporal que nos encontramos de las primeras comunidades cristianas es difícil darse cuenta de la crisis que se debió haber provocado a aquella comunidad de Jerusalén cuando se ve interpelada por los primeros no judíos que vienen al seguimiento de Jesús (aquí incluir descripción de la situación de aquellos primeros cristianos, todavía judíos). Pero, en realidad, es una crisis que se repite a lo largo de la historia cuando se trata de entender y vivir las palabras del evangelio en culturas distintas, en épocas totalmente nuevas y diferentes. Es la misma crisis que vivimos nosotros, y las que tendrán incluso algunos obispos reunidos hoy en Aparecida.
2. Las tentaciones para librarse de esta crisis son varias: una, quedar atrapados en la nostalgia del recuerdo de Jesús y desear haber sido de aquellos primeros discípulos cercanos. Al ser esto imposible, repetir fundamentalistamente los textos y palabras de entonces. Otra tentación, consiste en acogerse a la creencia de que los sucesores de los apóstoles tienen respuestas válidas para siempre y que nosotros estamos liberados de pensar y buscar conocer respuestas a nuevos retos y cuestionamientos, porque el Papa y los Obispos ya tienen su depósito de respuestas.
3. Ambas tentaciones son falsas vías de escape de un hecho ineludible: tenemos que vivir el evangelio en medio de un mundo que cambia continuamente, con conocimiento que cambia continuamente. Ni los Obispos están fuera de esa dinámica de la vida y, por eso, deben de continuo pensar en la profundización y reinterpretación actualizada de la palabra evangélica. Jn en el texto de hoy nos da la pista para buscar otra salida, la que pone en boca de Jesús. La paz interior y la superación de estas crisis no vendrá a los cristianos porque Jesús no muera, porque su existencia terrestre se prolongue indefinidamente. Ni esto era posible ni necesario en la perspectiva de Dios. A los cristianos miedosos de quedarse solos, Jesús los invita a alegrarse porque él se vuelve al Padre. Una razón profunda es porque esta partida de Jesús, por decirlo en palabras modernas, permite que los discípulos maduren, crezcan como adultos, y cobren conciencia de que el mismo Espíritu de Cristo estará ahora morando en nosotros. Ante nuevas circunstancias, nuevos problemas, diferentes culturas, el mismo Espíritu de Cristo en nuestros corazones será el que nos capacite para conocer la vida, la realidad de una manera diferente. Esa presencia del espíritu de Cristo en nuestros corazones es el que nos permite hacer a Cristo contemporáneo de nosotros y releer sus palabras y sus gestos y reinterpretar lo que cada uno de ellos significa para nosotros hoy.
4. Conocer la realidad de nuestra vida de una manera distinta, darnos cuenta de que no la conocemos en profundidad, conocerla como la conocería el propio Cristo es el gran don que tenemos y que nos recuerda hoy el texto evangélico, para que no caigamos en la tentación del arqueologismo, del fundamentalismo, del inmovilismo, del infantilismo a que nos empuja el miedo al cambio. Este gran don es el de poder experimentar la realidad como Cristo mismo, por el Espíritu que hemos recibido. Una vez más la invitación es a reconocer que tenemos ese don, a caer en el cuenta de que existe y que lo podemos ejercitar. Posiblemente, esto choque con formas como hemos vivido hasta ahora nuestra dimensión religiosa, de manera más bien pasiva, por eso nos puede costar más reconocer este don que tenemos. Es algo parecido a como si después de mucho tiempo de escuchar música y disfrutarla, nos diéramos cuenta de que podemos ser compositores.Ω
Lect.: Hech 2: 1 –2. 22 – 29; Apoc 21: 10 – 14. 22 – 23; Jn 14: 23 – 29
1. A la distancia temporal que nos encontramos de las primeras comunidades cristianas es difícil darse cuenta de la crisis que se debió haber provocado a aquella comunidad de Jerusalén cuando se ve interpelada por los primeros no judíos que vienen al seguimiento de Jesús (aquí incluir descripción de la situación de aquellos primeros cristianos, todavía judíos). Pero, en realidad, es una crisis que se repite a lo largo de la historia cuando se trata de entender y vivir las palabras del evangelio en culturas distintas, en épocas totalmente nuevas y diferentes. Es la misma crisis que vivimos nosotros, y las que tendrán incluso algunos obispos reunidos hoy en Aparecida.
2. Las tentaciones para librarse de esta crisis son varias: una, quedar atrapados en la nostalgia del recuerdo de Jesús y desear haber sido de aquellos primeros discípulos cercanos. Al ser esto imposible, repetir fundamentalistamente los textos y palabras de entonces. Otra tentación, consiste en acogerse a la creencia de que los sucesores de los apóstoles tienen respuestas válidas para siempre y que nosotros estamos liberados de pensar y buscar conocer respuestas a nuevos retos y cuestionamientos, porque el Papa y los Obispos ya tienen su depósito de respuestas.
3. Ambas tentaciones son falsas vías de escape de un hecho ineludible: tenemos que vivir el evangelio en medio de un mundo que cambia continuamente, con conocimiento que cambia continuamente. Ni los Obispos están fuera de esa dinámica de la vida y, por eso, deben de continuo pensar en la profundización y reinterpretación actualizada de la palabra evangélica. Jn en el texto de hoy nos da la pista para buscar otra salida, la que pone en boca de Jesús. La paz interior y la superación de estas crisis no vendrá a los cristianos porque Jesús no muera, porque su existencia terrestre se prolongue indefinidamente. Ni esto era posible ni necesario en la perspectiva de Dios. A los cristianos miedosos de quedarse solos, Jesús los invita a alegrarse porque él se vuelve al Padre. Una razón profunda es porque esta partida de Jesús, por decirlo en palabras modernas, permite que los discípulos maduren, crezcan como adultos, y cobren conciencia de que el mismo Espíritu de Cristo estará ahora morando en nosotros. Ante nuevas circunstancias, nuevos problemas, diferentes culturas, el mismo Espíritu de Cristo en nuestros corazones será el que nos capacite para conocer la vida, la realidad de una manera diferente. Esa presencia del espíritu de Cristo en nuestros corazones es el que nos permite hacer a Cristo contemporáneo de nosotros y releer sus palabras y sus gestos y reinterpretar lo que cada uno de ellos significa para nosotros hoy.
4. Conocer la realidad de nuestra vida de una manera distinta, darnos cuenta de que no la conocemos en profundidad, conocerla como la conocería el propio Cristo es el gran don que tenemos y que nos recuerda hoy el texto evangélico, para que no caigamos en la tentación del arqueologismo, del fundamentalismo, del inmovilismo, del infantilismo a que nos empuja el miedo al cambio. Este gran don es el de poder experimentar la realidad como Cristo mismo, por el Espíritu que hemos recibido. Una vez más la invitación es a reconocer que tenemos ese don, a caer en el cuenta de que existe y que lo podemos ejercitar. Posiblemente, esto choque con formas como hemos vivido hasta ahora nuestra dimensión religiosa, de manera más bien pasiva, por eso nos puede costar más reconocer este don que tenemos. Es algo parecido a como si después de mucho tiempo de escuchar música y disfrutarla, nos diéramos cuenta de que podemos ser compositores.Ω
Está profundo tu análisis, como siempre, pero pienso en lo difícil que será que los cientos de miles que escucharán a Benedicto en Aparecida, tomen un camino independiente. Entonces, es un camino para unos poquitos el que proponés? Qué lástima!
ResponderBorrarJorge nos propone experimentar la realidad de nuestra vida desde una perspectiva distinta. Y nos reta a cambiar. No es cualquier experiencia sino la que da testimonio del Espíritu Santo. De simples espectadores a… compositores(?). Si hay momentos de asombro en nuestras vidas que podemos usar como ejemplo para cambiar, porqué entonces nos cuesta tanto? Porqué no podemos aceptar el don y regocijarnos?
ResponderBorrar