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Domingo celebración del Corpus Christi: ¿NOSTALGIA DE LA MISA?

 Lect.: Ex 24,3-8; Hb 9,11-15; Mc 14,12-16.22-26


  1. De tanto en tanto surgen en las redes sociales las preocupaciones o quejas por las restricciones en materia de salud que afectan la asistencia a la celebración eucarística. Directamente por los aforos impuestos, e indirectamente porque el  propio temor al contagio en aglomeraciones inhibe a muchas personas del cumplimiento dominical. También ocasionalmente se han producido diferencias de opinión en cuanto a la importancia de “asistir” virtualmente a transmisiones  televisivas de celebraciones de la misa. 
  2. El tema es que, tras más de un año de encontrarnos afectados por la pandemia,  con el ritmo de contagios todavía alto y un avance de la vacunación no tan rápido, para los católicos practicantes la inquietud se plantea sobre cuántos meses más habrán de pasar antes de recuperar la asistencia “normal” a celebraciones “normales” de la misa.
  3. Sin embargo, esta situación incierta que hemos venido viviendo tiene algo de muy bueno: nos da pie para plantearnos preguntas más de fondo sobre nuestra participación eucarística. ¿Por qué echamos de menos nuestra asistencia presencial a la celebración del domingo? ¿qué es lo que, específicamente nos produce nostalgia de la misa? Tratemos de contestar sin “recurrir al libro”, al catecismo: simplemente con la mano en el corazón. Por mi parte quisiera compartir con las lectoras y lectores lo que para mí es esencial  en la celebración de la Eucaristía, considerada en la perspectiva de la práctica de vida de Jesús de Nazaret. Y tratar de ver cuánto de esto podrá ser lo que muchas y muchos creyentes estén echando de menos.
  4. Empiezo con un recordatorio. La institución de la Eucaristía la asociamos a lo que llamamos habitualmente la “Última Cena”, de Jesús con sus discípulos. Y viene entonces la constatación de algo obvio: decimos “última” porque, sin duda, hubo muchas otras más cenas y comidas que compartió Jesús. De hecho, cuando tratamos de caracterizar su estilo de vida y misión, solemos subrayar la predicación, las parábolas, los milagros, pero quizás olvidemos destacar que una de las actividades más características de Jesús fue compartir la mesa. Era tan importante para él que los evangelistas, que así lo comprendieron, consignan más de una ocasión en la que el Señor aparece compartiendo los alimentos. A veces incluso señalan cómo son ocasiones para dar sus enseñanzas. Y para expresarlas no solo con palabras sino con hechos: especialmente significativo es que compartiera la mesa con “indeseables”, con marginados, y hasta con marginadas por su oficio. Más fuerte que su predicación verbal fue, a menudo, la inclusión de este tipo de personas en su mesa, —los que el Papa Francisco llama "descartables", en el marco de una sociedad  como la de su época, con diferencias sociales tan marcadas, que se comprende que luego una de las acusaciones más duras que le hicieron los grupos adversarios era que “comía con pecadores”. Sin duda reconocían que esa práctica tenía un doble significado provocador: primero, socio - político porque invocaba, anunciaba un tipo de sociedad distinta de la que existía. Una nueva, donde todos sin excepción estaban llamados a participar. Y, segundo, un significado religioso, porque lo hacía en nombre de Dios, como lo dejaba traslucir en sus parábolas sobre la bienaventuranza en el Reino de Dios.
  5. Pero, además de este carácter inclusivo, es evidente otro rasgo: los evangelistas no hablan de que compartiera comidas “rituales”, sino comidas muy reales, donde el “pan” se entendía como todo lo que era necesario para la subsistencia de una vida digna. No se sentaba a la mesa con sus discípulos para compartir simbólicamente un trocito de pan y un sorbo de una copa, sino una comida plena. De ahí que, en contraste con Juan el Bautista, a Jesús lo llamaron “comelón” y “bebedor”. Junto al carácter inclusivo, este rasgo permite recordar que el acceso de todos a una buena alimentación lo veía como signo de la justicia de Dios. El llamado milagro de la multiplicación de los panes, en el que Jesús se resiste a despedir a la gente que le rodea, para que fueran a buscar comida porque era tarde y tenían hambre —, da ocasión para que les diga a algunos de sus apóstoles  que se lo pedían, más bien “denles Uds. de comer”. Deja claro que el punto esencial ante el hambre no es la multiplicación sino la distribución de los alimentos.
  6. Hay más cosas para decir, a propósito de esta práctica de Jesús de compartir la mesa. Pero, por el momento, y por la brevedad exigida a esta reflexión, basten estos dos rasgos que muestran que en la Mesa del Señor, se exige la inclusión fraterna de todos y el reconocimiento de que los alimentos deben de ser compartidos por exigencia de justicia de un mundo creado para todas y todos, y no para ser monopolizados por unos pocos. Es sobre el telón de fondo histórico de estas comidas de Jesús, que hay que comprender también el carácter y sentido de esa última comida o cena, con los discípulos. E igualmente el carácter y sentido de las cenas o comidas eucarísticas que celebremos nosotros hoy en su memoria e identificándonos con Él.  Como señala un teólogo contemporáneo, recordando el milagro de la multiplicación / distribución: “Una comida compartida entre todos los presentes de lo que ya está disponible, se vuelve tanto un símbolo sacramental enorme como el programa de prácticas primario del movimiento del Reino”.
  7. La muerte violenta de Jesús fue un paso de la “normalidad” de una sociedad cautiva por la injusticia a la “nueva normalidad“ de una vida comunitaria nueva, de servicio mutuo, en donde a nadie le falten los beneficios de esa mesa común. Es la nostalgia de una celebración eucarística así entendida la que ojalá estemos padeciendo todos durante esta pandemia. Y que estemos decididos a crearla y vivirla en una “nueva normalidad”, en lo religioso, en lo económico, en lo político y en lo cultural.Ω


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