- Cuando, en nuestros tiempos oímos o leemos en los evangelios sobre los “milagros” realizados por Jesús, probablemente se generan diversas reacciones, incluso entre los creyentes cristianos católicos. Las reacciones van desde el más completo escepticismo, hasta la más rendida credulidad. Van desde quienes ven esas narraciones como muestras de una época bastante primitiva e ingenua, desconocedora de una visión científica que explica cómo funciona la naturaleza, hasta quienes descalifican, más bien a los avances de la ciencia y la confianza en el razonamiento humano, considerándolos como irrespetuosos del poder de Dios y dominados por la soberbia que no permite reconocer la pequeñez humana. Un poco en el medio de ambas posiciones, se encuentra la de quienes establecen una especie de división dualista, aceptando el valor de la ciencia y la técnica para la resolución de problemas de “menor nivel”, pero pensando en que por encima de estos, amenazas de gran dimensión, como podría ser el caso de la actual pandemia, solo pueden enfrentarse con la ayuda de un Poder Superior, exterior a nosotros mismos.
- Con la ayuda mínima de las notas explicativas que aportamos y, por supuesto, profundizando esa visión con estudios más amplios, pienso que se puede salir de esa trampa en que nos colocan cualquiera de las tres posiciones. Pensar que la confianza en el conocimiento y en todas las capacidades humanas pretenden rivalizar con la fe en el poder de Dios; o, por el contrario, suponer que los seres humanos estamos tan deficientemente hechos, que requerimos para vivir y sobrevivir de una ayuda exterior; ambas posiciones provienen de un mal planteamiento de la cuestión, al menos desde el punto de vista cristiano conforme a lo que nos revela la Buena Noticia. Para ésta no se puede establecer una distinción y un distanciamiento entre Dios creador y las criaturas. Ciertamente, hombres y mujeres no nacemos por completo realizados, y debemos y podemos alcanzar nuestra plenitud en un proceso de crecimiento desde lo menos humano hasta lo más humano. Hasta llegar, como dice san Pablo, “al estado de hombre perfecto y a la madurez que corresponde a la plenitud de Cristo”. Y lo podemos alcanzar porque “Hay un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, lo penetra todo y está en todos” (Efesios 4: 6 - 13).
- Sabemos que no es un proceso automático. No se alcanza de cualquier manera y podemos por nuestra libertad frustrar esa dinámica de realización. Pero, entre otras cosas, esos que llamamos “milagros” de Jesús son como “chispazos” que revelan, como decíamos en las Notas, “las posibilidades de la Vida humana y del Dios presente en el interior de ésta al que hay que descubrir”. Son muestras de que ya, en medio de la debilidad y de los poderes negativos, pese a la acción de estas mismas, el Reino ha comenzado y se manifiesta en formas y compromisos de vida como el de Jesús de Nazaret.Ω
Al repasar mis reflexiones de los últimos años sobre la "celebración de la Trinidad", me parece valioso recuperar, entre otras, las siguientes. La primera, que l a experiencia nos enseña lo inadecuadas que son las solas palabras para expresar nuestros mejores sentimientos y nuestras profundas convicciones. En realidad, es algo que ya antes sabíamos que pasaba sobre todo cuando tratábamos de compartir la alegría sentida, el disfrute de la vida, la intensidad del amor… Y es algo que deberíamos también haber constatado al meternos a “hablar de Dios”, porque detrás de esa palabra, ese nombre, “Dios”, tocamos la realidad más profunda de nuestro ser, de nuestra persona, de esa realidad que está en cada uno de nosotros pero que es más grande que nosotros. Lo normal, entonces, es que el lenguaje verbal siempre se quede corto y nos deje insatisfechos. L o primero que aportó la Buena Nueva fue la oportunidad, no de aprender una verdad teológica , sino de vivir la experien...
Muy interesante y atinado tu comentario, Jorge. No parece casualidad que todos estos "milagros" de los que se habla en esta sección vayan dirigidos hacia los marginados del sistema, como ya se ha indicado varias veces. Y entre esos marginados, que una mujer, mayor, sencilla, de pueblo, se beneficie, dentro de esta sociedad patriarcal y patriarcalista de la consideración y misericordia de un grupo de varones, ya es de por sí un milagro. Ya es de por sí el preámbulo y la señal de que algo nuevo se está gestando, como se decía el domingo pasado. Es el reconocimiento implícito del valor humano, no solamente ya del varón, sino también de la mujer. Que Jesús tome a esta mujer de la mano es algo que rompe esquemas y que además la reivindique y le devuelva su valía es casi impensable en los esquemas del momento. Como quizá habrían pensado algunos Pater familias muy aferrados a su estatus, Jesús estaba "gastando pólvora en zopilotes". Es un acto subversivo, una denuncia tácita, un acto de justicia.
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