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29º domingo t.o.: No se trata de que Dios nos oiga, sino de que nosotros oigamos nuestro ser auténtico


Lect.:  Éx 17, 8-13; 2 Tim 3, 14 — 4, 2 ; Lc 18, 1-8

  1. Lamentablemente, no nos resulta novedoso encontrarnos, en el evangelio, un relato de hace veinte siglos, describiendo una situación de injusticia que afecta particularmente a los más pobres, simbolizados por una viuda. Las viudas, como sabemos, por la escasa protección de que podían beneficiarse en aquellas sociedades machistas, era símbolo de la persona desamparada y vulnerable.  Ni es tampoco novedoso el hecho de que la del relato sea víctima de una doble injusticia: la de un adversario que la persigue injustamente —aunque no se narra la causa— y la de un juez que se hace el sordo ante los reclamos de la mujer. Como en aquella época, también en la nuestra, e incluso en nuestro país, no solo abundan los casos de todo tipo de injusticia sobre los más débiles sino, lo que es peor, específicamente de mecanismos y prácticas injustas que ya han contaminado sectores o funcionarios del sistema judicial, de organizaciones sociales, —como los sindicatos y gremios, e incluso asociaciones estudiantiles— y, más aún, que determinan la organización y el rumbo de la vida económica.
  2. Si este tipo de situaciones tristemente no es novedoso para nosotros, ¿qué es lo que podemos aprender de este texto de Lucas? Es necesario preguntárselo, más que otras veces, porque el texto es un poco difícil. Por ejemplo, contiene referencias que pueden hacer pensar que la justicia ha de quedar en manos de Dios e incluso, más allá de la muerte.  Para algunos, entonces, con una interpretación literalista, fundamentalista, el evangelista nos estaría enseñando que Dios puede intervenir en la vida humana, para cambiar los comportamientos injustos o que, en última instancia, al final de los tiempos, en la otra vida, Dios hará justicia como se debe.  Pero pienso que esta interpretación va por un camino equivocado. No se sostiene porque contradice otras enseñanzas de Jesús.
  3. Algunas de estas enseñanzas las hemos recordado  recientemente, en especial los últimos dos domingos hablando sobre la fe. Quedaba claro, por ejemplo, con la actuación de Jesús con los leprosos, que lo que él buscaba no era protagonizar realizando curaciones extraordinarias.  Tampoco pretendía transmitirnos  un conjunto de dogmas, ni enseñarnos nuevos mandamientos morales. Lo que importaba a Jesús no era sustituir las capacidades humanas con intervenciones milagrosas divinas. Lo que él buscó, en todo momento, fue ayudar con su palabra y su acción para que todas las personas descubramos nuestra identidad y potencialidad profunda, nuestro valor personal, los lazos que nos unen permanentemente con la divinidad y nos permiten participar de esa vida divina, de manera que  podamos vivir en todo tipo de situaciones, con la confianza que da el sabernos asentados en la misma fuente de la vida. Esa confianza es lo que llamamos fe, que nos da una nueva visión y una nueva actitud para enfrentar no importa cuál situación adversa y para crear nuevas relaciones con los demás avanzando así hacia un nuevo tipo de sociedad, de convivencia humana. 
  4. Por eso es que la frase central del pasaje de Lucas hoy es, precisamente, la última, cuando refiriéndose a la viuda dice: “cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?». No alaba el hecho de que cambiara de actitud el juez injusto, ni supone que las injusticias que afectaban a la viuda desaparecieran milagrosamente por intervención divina.  Pero deja claro que una confianza insistente y perseverante como la de la viuda, —expresada en la oración— es decisiva para cambiar el rumbo de un acontecimiento o para cambiar su significado, la manera como puede afectar la propia vida. En ese sentido, al comparar la insistencia y perseverancia de la viuda con la que nos debe conducir a orar constantemente no quiere decir que hay que insistir mucho para que Dios me oiga, ni para convencerlo como si se tratara del juez injusto de la parábola, quien confiesa que no le importaba los males de la gente. De lo que se trata es  que yo mismo me oiga y me convenza de la fuerza que habita en mí mismo, la fuerza de mi ser profundo y auténtico, en el que participamos de la vida de Dios.Ω

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