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4º domingo de cuaresma: La ignorancia de la gratuidad

Lect.: Josué 5:9, 10-12; II Corintios 5:17-21; Lucas 15:1-3, 11-32


  1. En cierto sentido, una parábola tan hermosa, tan poética, tan clara y elocuente como esta puede ser más difícil de “traducirla” a nuestra visión moderna. Uno puede pensar que está tan bien hecha queno admite ninguna modificación, porque habla por sí misma. Y sin embargo, debemos hacer el esfuerzo por traducirlo en el lenguaje de nuestra existencia actual. Igual que ante toda parábola, debemos también en este caso preguntarnos ¿qué nos dice hoy en profundidad a nosotros? ¿Qué significa para quienes vivimos en este siglo XXI ese amor incondicional e ilimitado de un padre, y qué significa que ninguno de los dos hijos de semejante padre hubieran llegado a entenderlo?
  2. Hay que pensar que Jesús utiliza siempre las parábolas para hablarnos de la realidad de un Dios que es inexpresable directamente, del que no se puede hablar en simples o complejos conceptos racionales y para referirse al cual, entonces, tiene que utilizar comparaciones, historietas e incluso breves representaciones dramáticas como la de hoy, para tocarnos emotivamente y casi para que, a través de sentimientos, más que con el razonamiento, percibamos el sentido del mensaje.  Por eso, en este relato, utiliza la figura de un papá fuera de serie, —aún más si lo ubicamos en el ambiente patriarcal, de aquella época, donde el jefe de familia tenía que darse a respetar y no admitir “debilidades”. Aparece como un hombre extraordinariamente amoroso, casi que alcahuete, que tiene un amor por sus hijos, semejante al describe san Pablo, un “amor que todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (I Cor 13). Resulta impactante y, como decía al inicio, difícilmente puede hacer falta nada más para hablar de Dios. Por eso, entonces, podemos acercarnos al mensaje de otra manera, despegándonos de la figura paterna que, por lo demás, para algunos o muchas hoy día puede resultar recuerdo de progenitores irresponsables o abusadores. O, en otros casos, puede ser evocación de una imagen de autoridad que solo genera obediencia. Pensemos, entonces que en el relato, detrás de la figura del padre de lo que nos quiere hablar la parábola es de una cualidad que tiene la vida de todos, —y no solo aparece en un padre de familia— la cualidad de la existencia y la vida de ser un regalo permanente para cada uno de nosotros, para el ser humano y para toda la creación, como un conjunto de bienes a disposición de todos, para la realización plena de todos y de cada uno. 
  3. Por eso la figura de los dos hijos del relato, va a llamar la atención sobre la posibilidad muy real de la no percepción de la gratuidad de la vida y, por tanto, la generación de actitudes ego centradas paradójicamente autodestructivas y depredadoras. Cada uno de los dos hijos, en una forma diferente, representan actitudes de la psicología humana, que son incapaces de entender la cualidad divina de la vida que vivimos, y en la que podemos crecer y construirnos porque tenemos toda la riqueza de Dios que nos alimenta. El hijo menor representa esa ceguera, presente en todos nosotros como tendencia que nos lleva a buscar la felicidad fuera de nosotros mismos, a creer que muchas cosas nos faltan, materiales y religiosas. Y que la felicidad la vamos a encontrar en el mercado —del consumo material o religioso. Representa, en definitiva la ignorancia que padecemos todos, de que estamos llenos de la vida divina y a la vez sumergidos en ella. Y que toda esa vida divina es gratuita para todos, ya se nos ha dado. Esa ignorancia representa el error humano que lleva a creer que hay que competir con los demás para conseguir la felicidad y de que hay que acumular lo más que se pueda, a expensas de lo que sea, para ser más felices.
  4. De alguna manera, el hijo mayor no es muy diferente del menor, aunque se expresa en otro comportamiento. También busca la realización personal en la acumulación, pero de buena conducta, de cumplimiento de mandamientos, para ganar méritos. Representa  nuestra tendencia a conformarnos con lo que logramos en la vida por nosotros mismos. En realidad  refleja una incapacidad de crecer, de romper las barreras del ego, satisfecho de lo que se cree ser y pensando engreído de que simplemente comportándose moralmente, se merecía premios de la casa de su padre. Él tampoco entiende la gracia, lo gratuito; cree más en su “buena conducta” como fuente de  mérito, como si tuviera que ganar los bienes de la casa paterna.
  5. Cierto que Lucas solo habla del hijo menor como del hijo perdido que ha sido hallado pero, en realidad, ambos hijos se habían perdido, porque habían perdido el conocimiento de lo que significa ser fruto de la gratuidad de Dios, de la vida, de la existencia y, en ambos casos, aunque de diferente forma, los hermanos estaban presos de una visión esclavizante —o legalista, o moralista, o escapista— que les hacía dar vueltas en torno a su centro egoísta, limitado. Dar vueltas en torno al ego, pero sin entrar a la propia alma a descubrir ahí a Aquel que les regalaba todo lo suyo.
  6. Este relato es, como otros de Lucas, un relato de esperanza y de celebración, porque muestra la maravilla de vivir en un mundo de gracia del amor divino; y porque, aun reconociendo que hay tendencias negativas y positivas dentro de cada uno, y de que existe la posibilidad de extraviarse, subraya que aun extraviados podemos ser encontrar “el camino a casa”. El que estaba perdido puede cambiar y puede ser hallado. El hijo menor  cambia cuando se pega contra las durezas de la realidad, cuando toca fondo en su elección equivocada y vuelve, “con el rabo entre las piernas”, solo para ser recibido por el amor inagotable del padre. El hijo mayor, por su parte, aunque Lucas no nos lo cuenta, tendrá que cambiar al descubrir que todo lo del Padre es suyo, no porque se lo merezca, ni porque tenga que pelear por ello, sino porque el amor gratuito del Padre que se lo comparte no cambia y comprende bien las limitaciones de sus hijos

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