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7º domingo t.o.: ¿Amar a los victimarios? ¿a los anestesiados por la hipocresía y por el poder?

Lect.  I Samuel 26:2, 7-9, 12-13, 22-23;  Salmo 103:1-4, 8, 10, 12-13; I Corintios 15:45-49; Lucas 6:27-38

  1. No tiene uno que ser muy pesimista para ver con enorme preocupación las oscuridades del mundo que nos rodea. Nos impacta ver fuera de nuestras fronteras pero en nuestra región, gobiernos autocráticos, amenazando los derechos humanos, como en Venezuela, Nicaragua, Brasil…sin poder llevar la paz a la población de sus países, dividida y enfrentada como enemigos. Más allá de nuestro Continente, el Gobierno de los EE.UU. manteniendo hasta tres guerras sangrientas simultáneas que han provocado millones de desplazados y emigrantes. Dentro de nuestro propio país, en barrios y pueblos, la violencia del narcotráfico, y de otro tipo de delincuencia y criminalidad. Por si fuera poco, la Iglesia Católica enfrentando el terrible problema de la pederastia y del abuso sexual, por parte de muchos de sus ministros ordenados, sus pastores. Son enormes problemas, de grandes dimensiones que nos afectan a todos y que probablemente, como primera reacción, nos hacen clamar por soluciones contundentes y que traigan justicia a las víctimas, de las guerras, de las dictaduras, de la violencia, de los abusos. 
  2. Y sobre esta dura realidad, en este domingo, la continuación del Sermón del Llano en Lucas nos deja sorprendidos. ¿qué quiere decir Jesús con esas llamadas a amar y a no resistir a nuestros enemigos, a no juzgar y a no condenar? No solo suenan como frases sin sentido sino, además, como formas de complicidad con los victimarios sean abusadores o mafiosos, militares, invasores o criminales. En este breve espacio, solo quisiera dejar planteadas unas preguntas básicas que nos ayuden a  examinar el grado de conciencia que tenemos sobre estos problemas, sobre lo que creemos que hay que hacer para superarlos y sobre cómo podemos nosotros, desde donde estamos, contribuir a disipar al menos alguna de las tinieblas que nos rodean.
  3. Aunque hay muchas más preguntas que nos surgen, solo quiero hacer tres, para empezar a reflexionar:  
    1. En los casos mencionados, ¿creemos nosotros que cabe aplicar eso de “amar a los enemigos”,  de “no juzgar”y “no condenar” y de “ser compasivos” con ellos? ¿con los "anestesiados por la hipocresía y por el poder", como dice el Papa Francisco?
    2. Tratándose de crímenes, como sucede en los casos mencionados, ¿cómo queda entonces la aplicación de la justicia? 
    3. ¿Qué podemos hacer  nosotros, como padres de familia, como ciudadanos, como educadores para contribuir a que esos problemas no se den entre nosotros o, si se dan, se les pueda combatir con espíritu evangélico?     
  4. A pesar de que no es lo habitual en estos momentos de predicación en la Eucaristía dominical, solo quiero dejar planteadas esas preguntas y pedirles que me compartan sus reflexiones por medio de mi Blog o de mi muro de Facebook a lo largo de esta semana para concluir de hoy en ocho esta reflexión con la participación de ustedes, los más que se pueda. Muchas gracias.Ω


Comentarios

  1. Las grandes religiones enfatizan esa posibilidad de sanarnos a nosotros mismos dejando de lado cualquier sentimiento de odio o venganza, el taoísmo nos dice que seamos como la corriente de un río que sigue su curso y vadea los rincones y obstáculos para buscar los sitios tranquilos, el budismo nos da múltiples ejemplos de situaciones en donde al rechazar una ofensa, quien se la queda es el que agrede, aconseja ser transparentes y dejar que el mal no nos habite. Mons Baez nos dice que “Jesús no nos pide que tengamos simpatía por quien nos ha hecho daño, ni de nuestro enemigo, al que es hostil con nosotros, sino no hacerle mal, ni buscar su daño ni alimentar el odio o sed de venganza: Vencer al mal no haciendo el mal”. Y en una homilía de este fin de semana Miguel comentaba que perdonar es una gracia que nos enriquece, sana y da paz al espíritu.

    Entonces? Dejar las ofensas sin pena, dejar que el malhechor escape de la justicia? Creo que no es a eso a lo que se refiere Jesús. Creo que hay que estar atentos para que los delincuentes sean llevados ante los tribunales, pero sin que ese esfuerzo nos quite la paz. Una vez ahí, son las instancias civiles las que juzgan, nosotros debemos tener un corazón puro y capaz de ayudar a otros a superar sus traumas y preocupaciones.

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  2. Al ser este texto continuación del "Sermón del Llano" en Lucas, como se precisa al inicio del punto 2 de esta homilía, considero que el mismo debe interpretarse a la luz de los criterios básicos que allá señala el predicador. Desde esa perspectiva, me parece que el sentido fundamental se indica en el primer versículo de este texto: "A ustedes que me escuchan yo les digo:" Es decir, se refiere a la actitud, a los sentimientos, los deseos y al comportamiento fundamental y profundos que debemos tener quienes escuchamos las palabras de Jesús ante los daños, atrocidades y ofensas que padezcamos en nuestras vidas, tanto quienes escucharon personalmente las palabras de Jesús como todos quienes nos consideremos sus discípulos a lo largo de los siglos. No significa, entonces, que Jesús apruebe o acepte irremisiblemente esos daños, atrocidades y ofensas que otros nos hagan, pues son contrarios a la justicia, la bondad y el amor de Dios quien quiere lo mejor para todos; sino que indica cuál debe ser el comportamiento, la actitud y los sentimientos que debemos mantener ante tales daños y maldades, pues esos son los propios de Dios y de Jesús para con los buenos y los malos, con los justos y los injustos. Ya que es un Dios de amor y misericordia infinitos para con todos, especialmente para quienes reconocen sus maldades, se arrepienten y se convierten a los valores y principios del Reino de Dios. Juzgar y condenar a quienes se oponen y violentan esos valores y principios del Reino, es exclusivo de Dios, por lo que nosotros no podemos adjudicarnos y ni atribuirnos esa potestad.
    El significado simbólico, metafórico y ético-espiritual de los señalamientos de Jesús en este texto de Lucas, se aclara y contrasta con lo que realmente hizo Jesús cuando fue abofeteado al ser acusado para condenarlo a muerte; no puso la otra mejía sino que contestó: "Si he hablado mal, demuéstrame la maldad, pero si he hablado bien, ¿por qué me golpeas?(Jn 18: 22-23). O sea, no es incompatible conjugar la actitud y comportamiento de los valores y principios del Reino de Dios, con la defensa y lucha por la justicia, la verdad, el amor y el bien de Dios para todos y todas, tanto a nivel personal como social y cultural.

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