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Las Bodas de Caná: una manera distinta de entender la relación con el Dios que nos crea

Lect.: Isaías 62:1-5; Salmo 96:1-3, 7-10; I Corintios 12:4-11; Juan 2:1-11

  1. Desde pequeños, —al menos así fue mi experiencia personal—, la formación religiosa institucional nos fue creando una representación de la vida en la que, con una cierta ingenuidad y simplismo, de lo que se trataba era de “portarse bien”, es decir, cumplir con unos mandamientos para, de esa manera, realizar la voluntad de Dios y así salvarse uno mismo y ganar el cielo. Como lo hizo para el pueblo judío, esa imagen de Dios que aprendimos, nos hablaba siempre desde la Ley, —su Ley— y, dependiendo de cómo cumpliéramos, sabíamos que ese Dios nos pediría cuentas de nuestro comportamiento. La persona de Jesús, la idea de redención y salvación, la Virgen María, la Iglesia, los sacramentos y la manera de entender la fe, todo estaba armado para formar parte de esa visión. Y claro, desde esta perspectiva, dada nuestra fragilidad humana, aprendíamos a vivir siempre con sentimiento de culpabilidad, —a menudo sintiéndonos muy indignos, y con necesidad de pedir continuamente intercesión y  perdón, para ser aceptados por Dios
  2. Por contraste, es una bendición toparse con un relato como este que nos presenta hoy el evangelista Juan, y que conocemos como el episodio de “las bodas de Caná”. Puede resultarnos refrescante y transformador, si no nos quedamos en una  lectura literalista, y si podemos penetrar sus símbolos y captar el sentido del “programa” que nos propone.
  3. Todo el evangelio de Juan está escrito como una narración simbólica que hace una relectura de lo que el A.T. llamó la “creación” de la pareja humana, su “liberación” de la opresión en el exilio de Egipto y el modo de alcanzar la salvación y plenitud de vida. El milagro de Caná, como dice Juan, es la primera de una serie de signos que manifiestan la gloria de Dios en Jesús. Esa gloria, esa grandeza manifiesta de la divinidad, está presente en Jesús, no porque él se esfuerce por cumplir la Ley de Moisés, ni porque se le declare como una de las personas de lo que la teología posterior ha llamado la Trinidad. Esa gloria del Padre está presente en Jesús por la plenitud con que él vive el amor leal (Jn 1:14) y que manifiesta en toda su actividad de servicio, en todas sus relaciones con los hombres y mujeres de su pueblo sencillo galileo. Esta manifestación continua del amor de Dios en su vida hacía que los demás lo vieran como alguien que “pasó simplemente haciendo el bien” (Hechos 10: 38). 
  4. Por eso sus discípulos se sintieron atraídos por él y por eso le dan su adhesión de fe, no a una doctrina, sino a su persona misma como presencia del amor de Dios.  Ellos descubren en él no a un Dios que habla desde la Ley para crearnos culpabilidad y pedirnos cuentas, sino para ofrecer y comunicar su amor gratuito que nos da la capacidad de amar de la misma manera, no porque nos obliga una ley exterior que debemos esforzarnos por cumplir, sino por lo que somos ahora y aquí mismo como imagen y semejanza de Dios. Ese es el relato cristiano del Dios creador y de nuestra creación como hombres y mujeres plenas —y no como resultados  de  intentos frustrados de un “dios aprendiz” que ensayaba, sin mucho éxito, cómo hacer seres humanos que se portaran bien. 
  5. Uds. se preguntarán dónde está todo este mensaje en el pasaje de las bodas de Caná. Solo cabe aquí mencionar los principales símbolos que lo expresan. El agua de las tinajas, era la Ley, incapaz de dar vida, hasta que se saca de ellas y aparece como el vino nuevo que simboliza el amor pleno, que Dios nos tiene y nos ha capacitado para tener. La boda misma representa el tipo de relación íntima entre Dios y nosotros, que elimina toda relación de juicio y dominación. María, la madre, es símbolo de la parte de Israel y de los creyentes que está abierta al futuro y a las promesas de Dios que superan toda imaginación, mientras que el maestre sala y quienes no entienden de dónde viene el vino nuevo, son toda la gente religiosa que siguen aferrados a tradiciones rígidas, incapaces de cambio y sin horizontes de futuro. Damos gracias al evangelista Juan y a su comunidad por permitirnos renovar con su relato el mensaje de la Buena Nueva.Ω


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