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Domingo del Corpus Christi: ¿rito o comunión?

Lect. Deuteronomio 8:2-3, 14-16, I Corintios 10:16-17, Juan 6:51-58



  1. La palabra “comunión” está inseparablemente asociada a nuestra experiencia de la Eucaristía. Desde pequeñitos escuchamos en la casa y en la Escuela o en la Catequesis de la Iglesia que se nos iba a preparar para “hacer” la Primera  Comunión. Quizás el hablar de “hacer” la Comunión, más que “recibirla” podría habernos dado la pista, muy sencilla todavía para esa edad, del sentido profundo de la Eucaristía, que apunta a que la comunión tenemos que construirla. Posteriormente hemos oído muchas veces cuando predicadores nos hablaban y lo hemos repetido nosotros mismos, que este es un “sacramento —o misterio— de  comunión”. Lo que tal vez no es tan seguro es que hayamos entendido bien, o que se nos haya explicado bien, lo que está contenido en esa palabra.
  2. A uno le entran dudas incluso por el uso del verbo que se deriva de la palabra “comunión”: comulgar. No sería la primera vez que alguien, o nosotros mismos, nos dijéramos, “sí, yo no falto a misa los domingos, pero no siempre, o casi nunca comulgo”. Hablar así expresa la creencia de que la comunión, comulgar, está ligado nada más al hecho y momento de recibir la hostia, el pan consagrado.  Pero, más allá de eso, hay algo más que produce duda sobre nuestra comprensión del término “comunión”.  Las prácticas piadosas heredadas de diversos momentos de la historia de la Iglesia han llevado a muchos creyentes a priorizar actitudes de adoración ante el Santísimo, de “exposición del Santísimo” o de recibir la “bendición con el Santísimo” pero, aunque estas prácticas piadosas tengan un origen e intención buenos, y un significado especial en el siglo en el que surgieron (por ejemplo, la Exposición del Santísimo en los siglos XVI y XVII), queda la duda de que  hoy por hoy transmitan el sentido fundamental de que la Eucaristía es una celebración de comunión.
  3. En el texto de hoy, el evangelista Juan nos ayuda a rectificar y a retomar el sentido principal que la vida y muerte de Jesús dan a la Eucaristía como comunión. Por supuesto que, aparte de este texto concreto, los gestos de la celebración, como lo son el partir y repartir el pan, el compartir todos de una misma mesa, nos indican ya lo que se significa en la eucaristía. Pero Juan va más al fondo, para aclarar de que se trata esa comunión, comunión en qué y de quiénes. La extraordinaria metáfora, —y puede que chocante para quienes le oían—, del “comer”, la usa la comunidad joanina para expresar lo inexpresable: la mutua inhabitación, (El habita en nosotros y nosotros en él), eso de lo que hamos hablado a menudo en estas reflexiones. Al darse Jesús al creyente, está evocando la idea de que, como en la alimentación ordinaria, solo que a la inversa, Jesús borra la distancia entre él y todos los que lo reciban con fe. Transforma su vida, para que quede, como la suya propia, una vida vuelta hacia el Padre, (otras veces hemos citado a Pablo diciendo que “nuestra vida está oculta con Cristo en Dios”). Ambos se hacen uno solo. En ese sentido se realiza en la Eucaristía una común - unión. Por nuestra convicción de fe, participamos en la vida y muerte de Jesús. La Eucaristía celebra la “primera” liberación” o “salvación” que nos da Jesús: liberarnos de sentirnos distanciados de nuestro Padre Dios, como si fuésemos dos entidades distintas y separadas, y se borra también la idea de que los humanos estamos distanciados unos de otros, que tenemos destinos independientes. Y de ahí viene todavía, el otro aspecto que Juan quiere transmitirnos. Esta liberación, esta comunión, se realiza al “comer el cuerpo” y al “beber la sangre”.  Por la manera hebrea de entender al ser humano, “carne” y “sangre” expresan la totalidad de la persona. Comer y beber, en este caso, significa entonces la adhesión más total que pueda pensarse a la persona de Jesús, al tipo de vida, al compromiso y entrega que él mostró siempre.
  4. Desde esta perspectiva, “hacer la primera comunión”, o la centésima o el número que sea, cobran el sentido de adhesión firme, de nuestra parte, para vivir con las mismas opciones de vida con que vivió Jesús de Nazaret: el servicio, la autodonación, la solidaridad…. Pienso que si entendiéramos la celebración Eucarística de esta manera, estaríamos más cerca de transformar esas “misas”, a las que asistimos cada domingo, en auténticas celebraciones comunitarias.Ω

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