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Domingo de pentecostés, el "kamikaze", el viento divino

Domingo de Pentecostés
Lect.: Hechos 2:1-11; I Corintios 12:3-7, 12-13; Juan 20:19-23

  1. Decíamos en domingos anteriores que cuando los evangelistas hablan de resurrección, ascensión y venida del Espíritu Santo no están hablando de tres acontecimientos separados sino que  están hablando de aspectos diversos de un mismo acontecimiento, de una misma experiencia, del paso a la plenitud de vida humana, significada por la resurrección. Las imágenes y relatos de pentecostés, la manera de hablar de venida del Espíritu Santo, por eso, solo tienden a enfatizar un aspecto clave de nuestra vida en Cristo resucitado: el hecho de que esa vida plena está impulsada a actuar por el Espíritu de Dios en el que vivimos y nos movemos. El Espíritu nos impulsa a dejar que se realice en nosotros su presencia creativa. Así como en el relato del Génesis “el soplo de Dios se cernía sobre las aguas” al empezar la creación, así  también, ese mismo aliento divino está continuando la creación en cada uno de nosotros.
  2. La imagen comparativa que utiliza el propio Jesús para hablar del Espíritu de Dios presente en nosotros es significativa: el viento, que sopla donde quiere y que no lo vemos, pero vemos sus efectos. Le dice a Nocodemo “No te extrañes de que te haya dicho: «Ustedes tienen que renacer de lo alto». El viento sopla donde quiere: tú oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Lo mismo sucede con todo el que ha nacido del Espíritu». Al ligar el soplo, el Espíritu de Dios con el nuevo nacimiento, está apuntando al paso a la vida plena del ser humano. Lucas también utiliza esa imagen en la lectura de Hechos, el día de hoy, nos dice que “de repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso”.
  3. Hay en el uso de ese símbolo del viento, varias enseñanzas. Como el viento, además de que sus impulsos pueden ser imprevistos, el Espíritu de Dios no atrae la atención sobre sí mismo, no es un “tema” para elaborar doctrina, ni para ser “explicado” en catequesis. Ni siquiera para ser objeto de una fiesta litúrgica. Hoy no celebramos una misa en honor del Espíritu Santo, sino que celebramos que nuestra vida, nuestra actividad en lo mejor que tenemos, está conducida por el  Espíritu de Dios. El viento que no vemos pero apreciamos en sus efectos cuando mueve las ramas de los árboles, hace sonar las hojas, produce el silbido a través de las hendijas y la espesura. no podemos localizar al Espíritu de Dios porque ciertamente es como el viento, lo percibimos en sus efectos: cuando nos sentimos inclinados a hacer cosas productivas y valiosas; cuando nos sentimos impulsados a ir más allá de los límites de nuestras propias fuerzas. Nos empuja, sobre todo,  a construir fraternidad y comunidad ahí donde parece que no queda esperanza para la reconciliación y la unión  fraterna. Así lo expresa ese otro símbolo utilizado por el evangelista Lucas, de que a pesar de la multitud de lenguas que hablaban los primeros discípulos podían entender cada uno el mensaje. Es el Espíritu el que nos da valor para superar nuestros miedos y cobardías, sobre todo ese temor  a nuestras limitaciones  e imperfecciones. Así fue con todos los hombres y mujeres espirituales, todos los héroes y heroínas del A.T.  que no se quedaron encerrados en las preocupaciones por su propios intereses y supervivencia, sino que fueron empujados a realizar lo que era de utilidad común aunque, por sí mismos, no se sentían capaces de realizar. Es un viento poderoso, que refleja todo el poder creativo y el poder transformador de Dios operando en nosotros. (Por eso se dice que quizás es en japonés donde el poder del Soplo divino es mejor expresado, porque utilizan la palabra “kamikaze”. Nos puede causar sorpresa porque este término fue mal interpretado por los traductores norteamericanos, con sus limitaciones culturales, que lo confundieron con la palabra referente a pilotos suicidas, y así se extendió luego en occidente. Pero el “kamikaze” fue un tifón poderoso que en dos ocasiones en el siglo XIII barrió con ejércitos mongoles que amenazaban invadir y acabar con el Japón. El tifón, el kamikaze, acabó con una flota más poderosa que las defensas japonesas).
  4. Quizás lo que más me llama la atención de esa comparación del Espíritu con el viento, es ese rasgo de que no atrae la atención sobre sí mismo sino sobre lo que produce en nosotros. Más que hacernos pensar sobre él, nos permite  encontrar a Dios en lugares y situaciones inesperadas y especialmente en nosotros mismos. El Espíritu atrae nuestra atención a nosotros mismos y nos impulsa a  conocernos en profundidad, y desarrolla la conciencia de que formamos una estrecha unidad con Dios, como hijos e hijas que comparten su misma vida  y por eso, también, comparten esa misma vida con toda la humanidad y con toda la naturaleza.Ω

Comentarios

  1. Gracias Jorge por compartir cada domingo tus reflexiones. Con respecto a la metáfora del viento a mi ese pasaje bíblico de Jesús y Nicodemo, aparte de que es uno de los que más me gusta de toda la escritura, siempre me evocó la sensación de libertad plena! el viento va y viene sin ataduras, así son los nacidos del espíritu, personas plenamente libres y capaces de dejarse llevar por el espíritu a donde este los lleve.
    Un abrazo

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