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Para ir más allá de la conmemoración en las celebraciones de la Semana Santa.


  1. El Papa Francisco nos invitaba hace pocos días a que "no nos limitemos a conmemorar la pasión del Señor sino que entremos en el misterio, hagamos nuestros sus sentimientos, sus actitudes”. Una invitación difícil de cumplir, primero, porque el peso de las costumbres y prácticas tradicionales es muy fuerte y está marcado por el carácter “conmemorativo”, incluso de recreación histórica literalista de los acontecimientos de la Pasión de Jesús. En segundo lugar, en la época actual, y ya por bastantes décadas, el intento de “entrar en el misterio” está dominado por una sola lectura teológica, increíblemente extendida y popularizada: la lectura del carácter “expiatorio” de los sufrimientos y muerte de Jesús. Es decir, por esa lectura que interpreta esos acontecimientos como una muerte “por nuestros pecados”, “para pagar la deuda de Adán”, “para salvarnos” y “satisfacer las exigencias de justicia de Dios”. Por más que a muchos creyentes les choque esa imagen de Dios, semejante a la visión pagana, que exige derramamiento de sangre de su hijo, para poder perdonarnos, a pesar de ello, sigue apareciendo esa lectura como la única manera de interpretar y de vivir la Pasión y muerte de Jesús.
  2. Sin embargo, esta interpretación está muy lejos de ser la única posible. Desde el principio mismo del cristianismo, se dieron otras lecturas, otras maneras de entender la muerte de Jesús y de "entrar en el misterio". En los libros mismos del Nuevo Testamento se nos ofrecen esas otras maneras de entender. Notablemente, el evangelio de san Juan, en el cual ni una sola vez se da la menor referencia a ese carácter “expiatorio”. Voy a señalar algunos puntos claves de la interpretación joanina (de la comunidad del evangelista Juan), tal como nos la ofrecen los resultados de estudios bíblicos actuales y que puede sentirse más próxima a nuestra sensibilidad espiritual contemporánea. (Por agilidad y brevedad no pongo aquí las citas, disponibles para quienes me las soliciten).
  3. Ante todo, en los Discursos de “despedida” el Jesús presentado por Juan quiere abrir a sus seguidores al amor divino que habita en él como presencia de Dios. Al hacerlo así, está invitando a los discípulos a descubrir una nueva dimensión de lo que significa ser humanos, frente a otras formas insuficientes de vivir nuestra propia condición . Esta es la intención de Juan, que establece el marco para entender toda la vida de Jesús y, en particular, los últimos capítulos previos a su muerte y el sentido de esta. Quiere mostrar la revelación de ese amor, de esa manera nueva de ser humanos, en la pasión, en la muerte y en la experiencia pascual. Y lo muestra en los discursos y en los hechos de la cena de despedida. Así, en un gesto tan dramático e impactante como el lavatorio de los pies, no se está limitando a mostrar un acto de humildad, o un llamado bien intencionado al servicio. En ese gesto, “las restricciones de la vida, las fronteras que establecen el status y el poder, son revertidos; se remueven todas las imágenes humanas de barreras protectoras orientadas a darnos seguridad” (Spong). (“Si yo siendo su maestro he hecho esto…”) Más que todo, es por eso que Pedro inicialmente se resiste a participar en ese gesto. lo que significa en profundidad da temor y hace sentirse vulnerable. Si ya no tiene sentido hablar de “maestro y discípulo”, de “siervo y amo”, la propia identidad entra en crisis. La insistencia de Jesús apunta a que Pedro entienda que lo está llamando a una nueva dimensión de lo que significa ser humano, superando las “reglas” de este tipo de sociedades en que vive y en que continuamos viviendo. Rechazar el gesto simbólico equivale a rechazar la invitación a pasar por una puerta —el propio Jesús— que lo conducirá a su identidad profunda, en la que se es parte de la misma vida divina. “Los juegos de status que a los humanos encanta jugar, no funcionan ya cuando se experimenta una nueva conciencia”, que establece una nueva forma de relacionarnos los seres humanos.  Y la invitación no solo hace temblar a Pedro, sino que provoca hostilidad en quienes ostentan el poder en el Templo y en la sociedad judía.
  4. La pasión y la muerte no son, entonces, una exigencia de un “dios que clama venganza”. Son una manifestación de la gloria de Dios, y de la glorificación del hijo, porque son el resultado de una vida vivida coherentemente en ese amor hasta el final.  Repetidas veces este evangelio hace ver que lo humano y lo divino no son dos ámbitos separados, que Dios no es algo “externo” a nosotros. Para Juan “cuando una vida humana se abre a todo lo que la humanidad puede ser, lo humano y lo divino fluyen juntos”. Por supuesto, esta nueva perspectiva es vista como una provocación y un peligro para los defensores del status quo, porque cambia todos los supuestos ideológicos religiosos y sociales sobre los que se construía esa sociedad. Da pie para cambiar y leer críticamente la misma Escritura, para leer de otra manera los relatos de la creación y la caída, y las figuras simbólicas del Cordero y del Siervo doliente. Para la comunidad joanina, Dios no es una entidad abstracta y separada. No es más una doctrina, ni un objeto sagrado o “dios local" que pueda ser apropiado por una institución o una nación. Si Dios es amor, eso quiere decir que es una experiencia vital y penetrante que se ofrece a todos los seres humanos en busca de su realización plena. 

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