Lect.: Is 42,1-4.6-7; Salmo 28; Hech 10, 34-38; Mc 1,7-11
- En los primeros años, las comunidades cristianas celebraban como una sola fiesta la Navidad, la Epifanía y el Bautismo de Jesús. Las tres apuntaban a celebrar la experiencia de la iluminación que alcanzó Jesús en su vida y la iluminación que cada uno de nosotros busca alcanzar inspirado por Jesús. Pero,¿iluminación de qué? De lo que quiere decir la plenitud de vida humana, contenida en esa expresión simbólica de “Reinado de Dios”.
- Con la fiesta de Navidad, se enfatizaba la manifestación de esa luz a los pobres pastores, a los sencillos y por medios tan sencillos como una familia de Nazaret, hospedada incluso en un establo. En la Epifanía a los magos de Oriente lo que se transmitía era la convicción de que la iluminación no es para una sola religión, como la judía o la cristiana, sino para todos, simbolizados en esos magos de tierras remotas,como decíamos el domingo pasado, "para todos los hombres y mujeres de buena voluntad que más que aceptadores de doctrinas establecidas son sinceramente buscadores de caminos para vivir la plenitud de la vida verdadera”.
- En la conmemoración del bautismo se vuelve a subrayar la importancia de no vivir pegados a doctrinas aprendidas o prácticas establecidas, sino a hacer de nuestra vida un camino de permanente búsqueda para descubrir lo que significa alcanzar nuestra vida plena en todo lo que somos y hacemos. En todo lo que existe. Esa será nuestra completa iluminación. Pero hoy, además, el texto de Marcos, como su paralelo de Mateo, nos llaman la atención de dos temas esenciales. Por una parte, con una expresión simbólica de Juan el Bautista, se nos dice que el camino para la iluminación no se obtiene con prácticas rituales, como el bautismo del agua que él practicaba, sino con lo que él mismo llama “bautismo del Espíritu”. Por otra parte, aunque esta es una expresión un tanto enigmática, los rasgos de este episodio nos sugieren ya un poco el contenido de este otro bautismo. En su propia búsqueda Jesús se ha acercado a Juan y ahí ha experimentado que se puede vivir la vida de tal manera que lo que se vive es resultado de la unión de lo divino y lo humano. El evangelista nos dice que se "rasgaron los cielos”, "que bajó el Espíritu" y que "se oyó la voz de Dios”. Es decir, que ni Jesús, ni nosotros, vivimos ya en un mundo donde, como se creía antiguamente, el cielo, morada de los dioses, está distante y cerrado y nosotros, “ abajo”, en un destierro o exilio. Ese “cielo” se ha rasgado, y el Espíritu de Dios está ahora en la vida de quien es proclamado hijo de Dios, aquel que, como dice Isaías en la 1ª lectura, "trae el derecho y la justicia a los pueblos, abre los ojos de los ciegos, saca los cautivos de la prisión, y de la mazmorra a los que habitan las tinieblas”.
- En un solo episodio, Marcos resume lo que fue toda la vida de Jesús: una continua búsqueda de iluminación de su camino a esa plenitud en que la vida del Espíritu de Dios se traduce de continuo en la vida del ser humano. Marcos no lo escribe para que admiremos a Jesús, sino para que descubramos en él en qué consiste nuestro propio camino de búsqueda e iluminación. No es una receta o una doctrina impresa en libros. Es una búsqueda y descubrimiento que la experiencia de Jesús inspira, pero que cada uno tiene que descubrir y recrear de manera única por sí mismo. Cada uno tiene que ir realizando a lo largo de su vida ese “bautismo en el Espíritu”. Cada uno, con la presencia de lo divino en lo humano, tiene que ir completando su propia creación. La misma expresión es elocuente. La palabra “Espíritu” evoca en la Escritura las vivencias de creatividad y libertad. Desde el relato de la Creación ésta se realizaba cuando el Espíritu, “un viento de Dios aleteaba sobre las aguas” (Gen 1:2). Y en nuestra propia recreación, según decía Jesús a Nicodemo, "El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que nace del Espíritu” (Jn 3:8).
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