Lect.: Is 50: 4 - 7; Flp 2, 6-11; Mt. 21: 1 - 9
- Durante varios años, principalmente en tierras de Galilea Jesús anunció un " mundo al revés", para lo que se pensaba y creía entonces, y vivió y practicó conforme a lo nuevo que anunciaba. "Al revés" para lo que oficialmente enseñaban y predicaban los sacerdotes del Templo. Desde las sinagogas y el Templo tenían perfectamente definida y controlada la enseñanza de la palabra de Dios. Tenían bien establecido quién era un judío justo y puro y quien no lo era; tenían bien definido en que consistía cumplir la voluntad de Dios y cómo había que considerar impuros a quienes no la cumplían. Desde una posición de control religioso, político y económico, eran capaces los dirigentes religiosos de decidir sobre la salvación y no salvación del pueblo. Capaces de juzgarles por la paja que tenían en el ojo, pasando por alto la viga que tenían en el propio. Durante varios años Jesús, en cambio, se mezcló, acompañó y llevó consuelo y esperanza a los excluidos, a los considerados pecadores, a los enfermos y a los pobres, y les dijo que era de ellos y no de lo dirigentes religiosos el Reino de Dios.
- Tiempo antes, Jesús había cruzado simbólicamente el Jordán, dejando atrás a Juan el Bautista, para llevar ese mensaje de esperanza a toda la gente sencilla, humilde y excluida de Galilea pero, finalmente, por las razones que fueran, en el episodio que conmemoramos en este Domingo de Ramos, Jesús se siente impulsado por Dios para subir al mero centro religioso, a Jerusalén, a proclamar que este reino de Dios, y no el del poder político y religioso, es el que desde siempre de verdad expresaba la voluntad liberadora de Dios. Un reino que habían de heredar los pobres, los mansos, los humildes. Yasí, mezclado entre los peregrinos que suben a la Ciudad Santa, se atreve a subir con un grupo de sus discípulos para proclamar que desde el trono de David este es el reino, de verdad, de justicia, de amor y de paz, el que debe instaurarse. Y esto, por supuesto, es un atrevimiento, porque al enfrentarlo con la estructura religiosa existente, pone en riesgo su vida.
- Jesús directamente no se enfrenta con Roma ni es directamente Roma la que lo mata. Es la religión existente la que lo mata, al sentirse amenazada por la proclamación que él hace con su vida y su predicación, de la auténtica y original forma de escuchar, recibir y vivir la palabra de Dios. En este domingo de Ramos, entonces, nos queda claro que la muerte de Jesús no tiene nada de destino trágico ni, menos aún, de una decisión de un dios cruel que manda a su hijo a la muerte como sacrificio para pagar por las ofensas que le han hecho. La condena a muerte de Jesús, viene de la reacción de los dirigentes religiosos que vieron amenazado su poder con este anuncio del Reino, y es asumida por él, con toda libertad, como su compromiso final con aquellos a quienes había venido a servir, los pecadores, los pobres, los enfermos, todos los excluidos de la estructura oficial. Cuando años después, al escribir los evangelios, las primeras comunidades cristianas empiezan a vivir conflictos en su entorno, comprenderán que los discípulos no pueden ser más que el Maestro y que un seguimiento auténtico de Jesús pondrá siempre en contradicción su forma de vida con todas las prácticas deshumanizadoras impulsadas por grupos poderosos deseosos de mantener sus privilegios. Ante estas, ante los intentos de construir la sociedad en torno al poder del dinero y el egoísmo, los cristianos seguimos llamados, como Jesús a construir un “mundo al revés” de las caricaturas de humanidad que nos quieren vender hoy.
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