Lect.: Ezequiel 37,12-14; Romanos 8,8-11; Juan 11,1-45
- Con el texto de hoy, la resurrección de Lázaro, concluimos lo que para las primeras comunidades cristianas eran tres grandes catequesis preparatorias de la conmemoración de la Pasión y muerte y la celebración de la Pascua. Tres grandes relatos que, cargados de simbolismo, vienen a anticiparnos a los cristianos el sentido de la vida plena que Jesús proclama. Primero fue la catequesis de la mujer en el pozo. Con la imagen del agua viva, Jesús intentaba que la samaritana diera un salto de comprensión. Que pasara del nivel de las meras necesidades materiales, también importantes, al de la capacidad profunda que podemos realizar los seres humanos para hacer que surja en nosotros mismos un manantial de vida eterna, de vida de Dios. Luego, el relato de la curación del ciego de nacimiento sirve al evangelista para narrar la propia vivencia de las comunidades que, al hacer suya la Buena Nueva de Jesús, experimentaron el paso de las tinieblas a la luz, como si empezaran a ver por primera vez.
- Hoy, para cerrar estas reflexiones, la gran figura simbólica de Lázaro, de manera más radical, nos muestra, en hechos y gestos, cómo la fe en esa Buena Noticia quiebra nuestras limitaciones de conocimiento y nos permite redescubrir la vida humana de cada uno que se expande a nuevos y más amplios horizontes. Es un descubrimiento que equivale a pasar, aquí y ahora, de la muerte a la vida. Es una resurrección realizada aquí y ahora. Marta, como antes la samaritana, se queda corta en la comprensión de esta revelación. Piensa que Jesús está hablando de una resurrección al final de los tiempos, pero el Maestro enseguida le aclara que no está hablando de algo que ocurre al final, sino que sucede ahora mismo. El que está vivo y cree en él, ya ha resucitado. Y el que resucita en esta vida es quien vive para siempre.
- La figura de Lázaro nos representa a cada uno de nosotros, a cada discípulo y discípula. Su salida de entre los muertos representa el proceso que cada uno debemos recorrer, de traspasar los límites de una vida de muerte, egocentrada, para empezar a vivir desde ya, en lo cotidiano, la vida del eterno, la vida misma de Dios, que se abre a la comunidad con todos los humanos, con todos los vivientes y en definitiva con todo el planeta. Esta y las otras dos catequesis anteriores nos preparan así para comprender el sentido que tiene nuestra participación presente en la pasión, en la muerte y en la pascua de Jesús. Pero para abrirnos a este descubrimiento estos relatos del evangelio de Juan nos exigen superar una lectura literalista de estos textos. Y esa exigencia no deja de ser un poco de muerte también; muerte de rutinas de lectura y de prácticas religiosas interesadas en milagros espectaculares, que desafían las leyes de la naturaleza, en vez de valorar más el milagro de la plenitud de vida que el Espíritu de Dios nos ofrece en la pequeñez de lo cotidiano.Ω
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