Lect.: Jer 38: 4 – 6. 8 – 10; Hebr 12: 1 – 4; Lc 19: 49 - 53
- Cuando don Pepe , hace muchos años, acuñó aquella frase que decía que "los ticos somos un pueblo domesticado", entiendo que se refería a algunas de nuestros peores rasgos: pasividad excesiva ante problemas que nos aquejan, acallar una capacidad crítica que puede ser constructiva y tendencia a agachar las orejas y a dejarse llevar por el poder político y el del dinero.
- Se me vino a la memoria esta frase del expresidente al interpretar que Lc en este texto de hoy con palabras de Jesús, nos advierte a todos, cristianos de a pie, ante el peligro de vivir como una "iglesia domesticada". Con las imágenes de hoy Lc se trae abajo distorsiones cómodas fabricadas a lo largo del tiempo. Así, por ejemplo, un Jesús, profeta de Nazaret, que reconoce que su mensaje provoca divisiones y enfrentamientos incluso en el seno de las relaciones familiares, es un Jesús en nada parecido al de las estampitas tiernas, el de consejitos funcionales que tratan de acallar todo impulso de rebeldía y fomentan el conformismo. Decir, con el ejemplo de su propia persona, a todos los discípulos que el Reino es un fuego que ha de arder, equivale a rechazar toda actitud pasiva en los cristianos de a pie, toda pasividad frente a jerarquías del poder no solo político sino también religioso así como él mismo se atrajo el enfrentamiento de los sumos sacerdotes del Templo y de los dirigentes políticos.
- En otro de los escritos cristianos primitivos (Ev. Tomás), se retoma la misma idea de los evangelios, poniendo en boca de Jesús esta aclaración, "el que está cerca de mí esta cerca del fuego. Y el que se aleja de mí, se aleja del Reino". Esto nos ayuda a aclararnos que tampoco se trata de enfrentarnos por enfrentarnos, de criticar por criticar. Tenemos incluso casos recientes que ilustran cómo no cualquier posición de la Iglesia, que genera críticas y divide la opinión pública es, sin más, válida evangélicamente. A lo que Lc nos conduce es a entender que los enfrentamientos que debemos aceptar por coherencia con el evangelio, son los que se derivan de nuestra opción por servir al reino de justicia, por solidarizarnos con los pobres y los excluidos, por oponernos a prácticas egocéntricas y a actitudes de dominación, o no solidarias.
- Si no entendemos bien esto, podemos confundirnos y creer que toda crítica a la Iglesia o a sus comportamientos nos convierte en mártires de la fe. Pero no es así. Y más bien, toda crítica que nos denuncie cuando nos dejamos llevar por la tentación del poder, de controlar al poder político o de aliarnos con él, es una crítica que nos ayuda a vivir más la vida del Espíritu y menos una religión domesticada que cae en las trampas de la comodidad y de la conformidad con tradiciones marcadas por intereses de grupos no solidarios.
- Para vivir la vida del Espíritu tenemos como Jesús que pasar nosotros también por ese bautismo que nos purifique de toda traza de comportamientos que aunque tengan apariencia religiosa en realidad no son según el Espíritu, sino que provienen de fallos en la manera de entender y vivir lo que es la Buena Noticia. Como dice hoy Hebreos, hay que liberarse de todo lo que nos estorba, para correr la carrera que nos toca, fijos los ojos en ese Jesús maestro, cuyo espíritu, desde dentro de nuestro ser auténtico nos enseña el sentido verdadero de nuestra fe.Ω
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