Lect.: Ez 2, 2-5, 2 Cor 12, 7-10, Mc 6: 1 –
6
1.
Tres pasajes de Marcos, en tres domingos sucesivos, nos muestran tres
escenarios de la actividad de Jesús: “la otra orilla”, —tierra de paganos—, la
“orilla de los judíos” donde encuentra gente de la institución
religioso-política —Jairo y su hija— y a
excluidos de la misma institución —la mujer considerada “impura” por sus flujos
de sangre. Y ahora, la “patria chica” de Jesús, su lugar natal, donde tiene que
encontrarse con los “suyos”, en sentido cultural y geográficamente más propio y
cercano. Pero es aquí, de manera llamativa a primera vista, donde la reacción
es peor. Hasta tal punto que “no pudo hacer allí ningún milagro”, y “se
sorprendió por su falta de fe”.
2.
De este episodio se ha derivado como dicho popular, al menos en nuestra
lengua hispana, aquello de que “nadie es profeta en su tierra”. Pero, ¿a qué se
debe en el evangelio de Marcos y en la liturgia de hoy ese rechazo del profeta
propio? ¿Cómo es posible que el propio Jesús —a quien la teología posterior
diviniza al punto, a veces, de olvidar su profunda humanidad— sea subestimado
por quienes le conocían de siempre? Podríamos, más bien, pensar que la cercanía
con el Jesús de la historia nos hubiera arrastrado a cualquiera de nosotros a
su seguimiento. Más de uno, incluso, en algún momento habrá pensado en lo
dichosos que fueron quienes conocieron a Jesús personalmente, suponiendo que
eso les habría facilitado creer en él. Sin embargo, Marcos deja claro que la
cosa no fue así. El evangelista destaca que familiares y amigos de Jesús, que
reconocían su sabiduría al enseñar y que veía incluso sus milagros, no solo eran
incapaces de tener fe, sino que incluso tendían a desconfiar de él. ¿por qué?
3.
Pareciera que la primera razón que da Marcos, tiene que ver con la
imposición que de ordinario hacía en esa época el clan familiar a todos sus
miembros, determinando sus patrones de conducta, los valores que debían
adoptar, las reglas que debían guardar y hasta el tipo de vida al que podían
aspirar. Jesús rompía todos esos esquemas y eso no solo era inaceptable, sino
que por serlo, hacía imposible que, sobre todo, los familiares y supuestos
amigos descubrieran la presencia de Dios en aquel miembro de su grupo.
Saltando, sin abusar, los siglos que nos separan de esa Palestina de entonces,
podemos pensar que todo grupo social, —en cualquier parte, por supuesto en
Costa Rica misma—, corre siempre el grave peligro de quedar prisionero,
atrapado, de sus propias tradiciones, de sus propios prejuicios, de sus
creencias sobre lo que debe y puede suceder en su pueblo. Corre el peligro de
intentar cortar las alas a toda persona o grupo que muestre caminos nuevos,
visiones renovadas y frescas de la realidad, porque entonces, se tambalea la
seguridad de la mayoría.
4.
Pero hay todavía una segunda razón sugerida en Marcos y subrayada con las
otras dos lecturas de hoy, en especial en la carta de Pablo. Es la enorme
desconfianza que tenemos de nuestra propia debilidad humana, el terrible temor
que nos inspira nuestra condición de criatura, que nos mueve a menudo a
fabricar héroes o personajes cuasi sobrenaturales para que nos dirijan. Temor y
desconfianza que son alimentados por una parte por el endiosamiento de
supuestos dirigentes políticos, económicos y religiosos y, por otra, con la
aspiración social dominante de construirse un yo poderoso, individualista y
egocentrado, para tener éxito sobre los demás.
Jesús, para aquellos, no podía ser presencia de Dios entre ellos , no
podía avivar su fe en sí mismos y en Dios porque, para ese ambiente, era uno
más, el hijo de la María, con hermanos que todos conocían, con quien seguro
habrían jugado y traveseado de pequeños y, un simple carpintero, con quien
habrían trabajado y al que le habrían hecho más de un encargo. Demasiado corriente,
demasiado humano.
5.
Pero Marcos es contundente: ese desprecio por lo humano, conlleva un
desprecio por Jesús y, en definitiva, muestra una completa falta de fe. Una vez
más vemos que solo en lo auténticamente humano, nos topamos con la divinidad
que nos habita. Y, por si quedara duda,
Pablo nos deja esas frases impactantes
sobre lo que es la condición cristiana: “Te
basta mi gracia; la fuerza se realiza en la debilidad." Por eso, muy a
gusto presumo de mis debilidades, porque así residirá en mí la fuerza de
Cristo. (…) cuando soy débil, entonces soy fuerte.”Ω
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