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Fiesta de la asunción

Fiesta de la Asunción, 15 de agosto 2010
Lect.: Apoc 11: 19. 12: 1 – 6. 10; 1 Cor 15: 20 – 26; Lc 1: 39 – 56


1.Una vez más, apenas un par de semanas después de la fiesta de la virgen de los Ángeles, volvemos a poner los ojos en María la madre de Jesús. Es, sin duda, una figura entrañable para todos los cristianos, desde que éramos pequeños. Tan querida, que a lo largo de los siglos la piedad popular la ha querido colocar en lo más alto, —tan alto, que a veces las fórmulas con que nos referimos a ella , con toda la buena intención del mundo, nos la alejan y disfrazan. Cuando la llamamos reina, y la vestimos con ropajes reales, con oro y joyas, corremos el riesgo de entender mal esas expresiones y representaciones, y perder el mensaje más esencial que nos ofrece su figura evangélica y que hoy refleja Lc. O corremos el riesgo también de mezclarla con figuras de diosas paganas, que personifican fuerzas ocultas de la naturaleza.
2.En esta fiesta del 15 de agosto, tenemos la oportunidad de subrayar rasgos claros con que los evangelios han caracterizado a María. El primero es el de su maternidad. Es tan obvio que ha hecho que los costarricenses coloquemos el día de la madre en esta fiesta mariana. Digo que es obvio, pero en el caso de la madre de Jesús, la madre del Mesías, nos esta invitando a ver algo más profundo. Toda la ternura, el cariño, la protección de María como madre, son un reflejo, una metáfora, una imagen, de lo que es el cariño, la ternura del amor de Dios. La presencia de María en la devoción popular, es una forma de recordarnos permanentemente que Dios es desbordamiento de amor en el que vivimos y nos movemos los seres humanos y toda la creación. En el A.T. en más de una ocasión, Dios se revela como una madre para su pueblo aunque ha predominado a lo largo de la historia que lo llamemos “padre” porque en la mentalidad antigua solo el padre era el origen de la vida. Pero, en realidad, visto con nuestros ojos modernos, es Padre y Madre, a la vez y, en esa visión es que agradecemos que María sea un recuerdo permanente de esa dimensión divina. Veamos algo interesante: en todos nuestros pobres balbuceos por expresar lo inexpresable de la realidad divina, a veces hemos caído en la trampa incluso de deformar nombres o adjetivos que le damos a Dios. Por ejemplo, cuando de verlo como creador, pasamos a verlo como un ser alejado, al principio de los tiempos; o de verlo todopoderoso y justo, lo convertimos en un juez terrible, castigador y guerrero. En cambio, su reflejo en María madre cariñosa y cercana no se puede deformar. Siempre es expresión directa del extraordinario y generoso amor de Dios que nos da a luz continuamente, que nos permite renacer y crecer en la vida divina.
3.En un momento histórico ya pasado, dentro de la tendencia a aplicar a María los mejores títulos y expresiones doctrinales, se habló de ella como “subida” al cielo en cuerpo y alma. Mucha gente quizás se pregunte qué puede significar esto hoy cuando sabemos, como lo recordó Juan Pablo II, que el cielo no es un lugar. ¿Adónde subió entonces? Lo que podemos también medio balbucear apenas es que “cielo” significa la vida íntima de Dios, y que quien como María ha sido plena metáfora viviente del amor de Dios, por vivir enteramente entregada a ese amor, ha alcanzado ya la plenitud de vida humana a la que todos estamos llamados. Hace quince días decíamos que ser plenamente humano equivale a decir ser plenamente persona de calidad, y plenamente hermano unos de otros. Quizás mirando a María podríamos decir también que equivale a decir que seamos plenamente madres unos de otros, en el sentido de que solo ciertas cualidades maternas reflejan menos imperfectamente la vida de Dios.

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