Fiesta de Cristo Rey, 22 nov. 09
Lect.: Dan 7: 13 – 14; Apoc 1: 5 – 8; Jn 18: 33 – 37
1. Hay teólogos que dicen que quizás la palabra “rey” sea la menos apropiada para aplicar a Jesús. No solo porque Jesús nunca se la aplicó a sí mismo, ni se presentó como tal, ni habló nunca de un reinado suyo. Sino, más importante aún, porque la palabra “rey” todavía en nuestros días e incluso en nuestro ambiente republicano y democrático, evoca la idea de poder, de dominio, de relación vertical, de arriba para abajo. En contradicción por completo con la práctica y ministerio de Jesús cercano, servidor de todos pero especialmente de los pobres y más necesitados, y lejano de toda posición de poder hasta el extremo de la indefensión y debilidad mostrada en la crucifixión. Cierto que Jesús sí habla del reinado de Dios. Es su “obsesión”, el centro de toda su predicación y su práctica, pero ese “reinado” no tiene nada que ver con el dominio político, con situaciones de privilegio en esta sociedad. Se refiere a una realidad misteriosa, la presencia de Dios entre nosotros que nos va transformando personal y colectivamente hasta que logremos alcanzar la plenitud de nuestro ser humano. Es una presencia tan distinta a lo que conocemos e imaginamos que Jesús mismo nunca la define y en sus parábolas solo usa comparaciones “el reino de Dios es como…”, “se parece a…”, solo motivando nuestra apertura interior para que esa presencia se manifieste en nosotros como se manifestó en el propio Jesús.
2. Por supuesto que en todas las épocas y lugares los seres humanos, superados por la grandeza y profundidad del misterio de Dios, tenemos que valernos de nuestros pobres conceptos e imaginación para referirnos a aspectos de la vida de Dios. Y por eso algunos, en algún momento de la historia, agobiados con sus problemas propios, aplicaron este concepto de Rey a Jesús. Así pasa con otras expresiones que utilizamos los cristianos y que tenemos que ir superando. Pero mientras tanto, al haber heredado esta manera de hablar, lo que tenemos que hacer es utilizarla a lo sumo de manera cariñosa —un poco como en la vida de pareja—, y siempre subordinada a las advertencias y prácticas de Jesús (“los reyes gobiernan… no sea así entre Uds.”; y el lavatorio de pies). Sobre todo, tenemos que tener este cuidado cuando pensemos en la Iglesia, a la cual debemos ayudar a purificarse de toda tentación de poder, de dominio, de espíritu de cruzada, de competencia con el poder político y con otras religiones e iglesias. Incluso purificarla en los signos externos, en las imágenes, en las formas de hablar. Esta tarea de purificación de la Iglesia no es fácil, pero es ineludible si queremos ser, como lo recuerda el evangelio hoy, “testigos de la verdad”.Ω
NOTA.- PARA ENTENDER MEJOR EL CONDICIONAMIENTO HISTÓRICO POLÍTICO DE ESTA FIESTA DE CRISTO REY, BASTE LEER LA ENCÍCLICA DE PÍO XI EN LA QUE EXPLICA EL SENTIDO QUE LE DA A ESA CELEBRACIÓN. DICE ASÍ UNA DE LAS CITAS:
“Juzgamos peste de nuestros tiempos al llamado laicismo con sus errores y abominables intentos; y vosotros sabéis, que tal impiedad no maduró en un solo día, sino que se incubaba desde mucho antes en las entrañas de la sociedad.
Se comenzó por negar el imperio de Cristo sobre todas las gentes; se negó a la Iglesia el derecho, fundado en el derecho del mismo Cristo, de enseñar al género humano, esto es, de dar leyes y de dirigir los pueblos para conducirlos a la eterna felicidad.
Después, poco a poco, la religión cristiana fue igualada con las demás religiones falsas y rebajada indecorosamente al nivel de éstas. Se la sometió luego al poder civil y a la arbitraria permisión de los gobernantes y magistrados”.
Enc. "Quas primas", 11 diciembre 1925.
Esto no es crítica sino datos históricos. Era el modo de pensar la jerarquía de la Iglesia de aquella época.
Lect.: Dan 7: 13 – 14; Apoc 1: 5 – 8; Jn 18: 33 – 37
1. Hay teólogos que dicen que quizás la palabra “rey” sea la menos apropiada para aplicar a Jesús. No solo porque Jesús nunca se la aplicó a sí mismo, ni se presentó como tal, ni habló nunca de un reinado suyo. Sino, más importante aún, porque la palabra “rey” todavía en nuestros días e incluso en nuestro ambiente republicano y democrático, evoca la idea de poder, de dominio, de relación vertical, de arriba para abajo. En contradicción por completo con la práctica y ministerio de Jesús cercano, servidor de todos pero especialmente de los pobres y más necesitados, y lejano de toda posición de poder hasta el extremo de la indefensión y debilidad mostrada en la crucifixión. Cierto que Jesús sí habla del reinado de Dios. Es su “obsesión”, el centro de toda su predicación y su práctica, pero ese “reinado” no tiene nada que ver con el dominio político, con situaciones de privilegio en esta sociedad. Se refiere a una realidad misteriosa, la presencia de Dios entre nosotros que nos va transformando personal y colectivamente hasta que logremos alcanzar la plenitud de nuestro ser humano. Es una presencia tan distinta a lo que conocemos e imaginamos que Jesús mismo nunca la define y en sus parábolas solo usa comparaciones “el reino de Dios es como…”, “se parece a…”, solo motivando nuestra apertura interior para que esa presencia se manifieste en nosotros como se manifestó en el propio Jesús.
2. Por supuesto que en todas las épocas y lugares los seres humanos, superados por la grandeza y profundidad del misterio de Dios, tenemos que valernos de nuestros pobres conceptos e imaginación para referirnos a aspectos de la vida de Dios. Y por eso algunos, en algún momento de la historia, agobiados con sus problemas propios, aplicaron este concepto de Rey a Jesús. Así pasa con otras expresiones que utilizamos los cristianos y que tenemos que ir superando. Pero mientras tanto, al haber heredado esta manera de hablar, lo que tenemos que hacer es utilizarla a lo sumo de manera cariñosa —un poco como en la vida de pareja—, y siempre subordinada a las advertencias y prácticas de Jesús (“los reyes gobiernan… no sea así entre Uds.”; y el lavatorio de pies). Sobre todo, tenemos que tener este cuidado cuando pensemos en la Iglesia, a la cual debemos ayudar a purificarse de toda tentación de poder, de dominio, de espíritu de cruzada, de competencia con el poder político y con otras religiones e iglesias. Incluso purificarla en los signos externos, en las imágenes, en las formas de hablar. Esta tarea de purificación de la Iglesia no es fácil, pero es ineludible si queremos ser, como lo recuerda el evangelio hoy, “testigos de la verdad”.Ω
NOTA.- PARA ENTENDER MEJOR EL CONDICIONAMIENTO HISTÓRICO POLÍTICO DE ESTA FIESTA DE CRISTO REY, BASTE LEER LA ENCÍCLICA DE PÍO XI EN LA QUE EXPLICA EL SENTIDO QUE LE DA A ESA CELEBRACIÓN. DICE ASÍ UNA DE LAS CITAS:
“Juzgamos peste de nuestros tiempos al llamado laicismo con sus errores y abominables intentos; y vosotros sabéis, que tal impiedad no maduró en un solo día, sino que se incubaba desde mucho antes en las entrañas de la sociedad.
Se comenzó por negar el imperio de Cristo sobre todas las gentes; se negó a la Iglesia el derecho, fundado en el derecho del mismo Cristo, de enseñar al género humano, esto es, de dar leyes y de dirigir los pueblos para conducirlos a la eterna felicidad.
Después, poco a poco, la religión cristiana fue igualada con las demás religiones falsas y rebajada indecorosamente al nivel de éstas. Se la sometió luego al poder civil y a la arbitraria permisión de los gobernantes y magistrados”.
Enc. "Quas primas", 11 diciembre 1925.
Esto no es crítica sino datos históricos. Era el modo de pensar la jerarquía de la Iglesia de aquella época.
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