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Fiesta del Corpus Christi

Fiesta del Corpus Christi, 25 may. 08
Lect.: Dt 8: 2 – 3; 14b – 16 a; 1 Cor 10: 16 – 17; Jn 6: 51 – 59

1. El otro día oí a alguien diciendo que caminar sobre las aguas no es el verdadero milagro que aprendemos del evangelio. El verdadero milagro es aprender a caminar sobre esta tierra. Cierto que para la mayoría de nosotros que estamos aquí esta tarde, por más que tengamos nuestros problemas de todo tipo, la cosa no es tan dramática como sí lo es para las víctimas del ciclón de Myanmar, o del terremoto de China, o de la guerra de Irak, o de la sequía al norte de nuestro país o en Nicaragua. Para mucha otra gente, allá o acá, caminar sobre la tierra y sobrevivir con dignidad y calidad resulta un verdadero milagro, quizás parecido al de ese pueblo de Israel atravesando el desierto, del que nos habla la primera lectura. Tradicionalmente, en la fiesta del Corpus Christi, se realizaba una procesión solemne. Como todas las procesiones, no debe ser una exhibición de poder sino un símbolo de ese mismo peregrinar sobre la tierra, que a todos nos resulta algo difícil pero que para muchos otros es verdaderamente una proeza. Si la procesión simboliza ese duro caminar, el hacerlo acompañando la eucaristía nos evoca lo que dice Pablo en la 2a lectura: compartir el cáliz y el pan, nos une a todos en la sangre y en el cuerpo de Cristo, y esto nos recuerda que todos formamos parte de un solo cuerpo. No se puede participar de la misa, de la eucaristía y seguir caminando sin desarrollar cada vez más un sentido de identificación y solidaridad con todos aquellos para quienes su diaria jornada se torna tan difícil por las injusticias de esta sociedad. El mundo físico produce siempre desastres naturales, inevitables, pero lo que sí es evitable es el estar desprotegido frente a esos y otros desastres. Se puede evitar, por ejemplo, el aumento de la pobreza, miseria y hambre que se va a producir, de ser encareciéndose los alimentos como está sucediendo a nivel internacional y no precisamente por que haya escasez.
2. Ese gran signo de partir el pan y el vino, es uno de los cuatro grandes signos que utiliza el evangelio de san Juan para caracterizar lo que es el nuevo modo de vida, de existencia de los seguidores de Jesús. Comer y beber el cuerpo y la sangre de Jesús significa asimilar, hacer propia la actitud existencial de Jesús, la identidad del crucificado. Lavar los pies a los discípulos es el segundo símbolo que expresa la vida de auto-donación, de entrega solidaria de quienes se han identificado con el crucificado. Pero vivir esto no es el resultado de un esfuerzo por cumplir reglamentos y leyes, es la consecuencia de quien nace de nuevo, como lo expresa en ese 3er signo que usa Jesús en su conversación con Nicodemo. Solo el que nace del Espíritu es espíritu. Y el que vive de esta manera, tendrá dentro de sí mismo una fuente de agua viva, que brota para vida eterna, como lo dice en la cuarta expresión simbólica que Jesús usa al conversar con la samaritana. Es un agua que él nos dará, es decir, es un don gratuito que no podemos comprar con nuestras pretendidas buenas cualidades y pretendidos méritos, sino al que solo podemos prepararnos, disponernos con un continuo esfuerzo por desapegarnos de nosotros mismos, de nuestra cortedad de miras, de nuestro ridículo afán por apropiarnos de las cosas y personas que nos rodean.
3. El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, nos recuerda Pablo. Esto nos da ánimo. Aunque esa tarea de desapegarnos de nosotros mismos sea difícil, ayuda saber que no la hacemos solos. Más aún, como dice Jn, al comer esa palabra hecha carne que es Jesús, al identificarnos con su vida, él habita en nosotros y nosotros en él. Esto, más que animarnos, nos da conciencia de que tenemos toda la fuerza para seguir caminando con alegría por esta tierra.Ω

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