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20º domingo t.o. (Fiesta de la Asunción de María)

 Lect.: Prov 9: 1 - 6; Ef 5: 15 - 20: Jn 6: 51 - 58

  1. Desde las primeras páginas de la Biblia ya nos topamos  con lo que se llama “lenguaje sapiencial” o de “sabiduría”. Y  también, desde el inicio, aparece el uso de ese lenguaje para hablar de la comida, los alimentos, el banquete, como formas de expresar la participación de los seres humanos en Dios, en sus dones, en su Espíritu. Son metáforas, sin duda, pero muy profundas, íntimas  y expresivas del tipo de relación que hombres y mujeres podemos alcanzar con la divinidad. Tenemos que reconocer que nos impactan más que el uso de conceptos abstractos como “inmortalidad”, unidad, participación y otros. Por eso lo utilizan los profetas, —como cuando Isaías 25: 6 - 8 habla de un rico banquete preparado y prometido por Dios para todos los pueblos, que es un banquete de vida plena y sin fin, como lo anticipaban los frutos del árbol de la vida, en el Génesis. Así, sale en los salmos referidos la invitación  a “gustar” la bondad de Yavé (Sal 36:6), y en otros libros sapienciales con el sentido de experimentar la divinidad (Eclo 24: 19 - 21). Y así, hasta las páginas finales del Apocalipsis en el que aparecen los símbolos del agua de la vida y del árbol de la vida.
  2. No debería causar extrañeza, entonces, que en el evangelista Juan se presente a Jesús, su vida, sus ideales, su persona toda, entregada hasta el final, como pan de vida para el mundo , como don que no se acaba, como alimento que sacia el hambre y la sed más profundas de la humanidad. Que supera la maldición de la muerte recibida por comer de la fruta prohibida. Pero tampoco debería extrañar que la multitud de quienes le han seguido y le escuchan se produzca una incomprensión del mensaje. También siglos después, también en nuestro tiempo, la aproximación literalista nos impidan comprender lo esencial del mensaje. En ese momento la falta de inteligencia de las palabras de Jesús lleva a muchos, nos dice el evangelista Juan, a darle la espalda, considerando que el mensaje —tal como lo mal interpretaban— era “insoportable”.  O quizás, algunos, porque lo interpretaban correctamente pero no aceptaban las implicaciones.
  3. Notemos que ya para entonces, para cuando Juan escribe este evangelio,  los discípulos han sido expulsados de la Sinagoga y la Buena Nueva no les está proporcionando otra vía “religiosa”, un sustituto de la sinagoga y de acceso a la Ley. Presenta a Jesús como alguien que los llama  a algo nuevo, a no quedarse atrincherados tras sus muros de seguridad a los que estaban acostumbrados. “Comer su carne” y “beber su sangre” es arriesgarse a dejar que el Espíritu de Jesús sea el que ahora los conduzca. 
  4. Para nosotros, muchos siglos después, el problema no es la pérdida de una “sinagoga” y de una interpretación de la Ley de Moisés. Es el reto a descubrirnos en toda nuestra profunda dimensión de ser humanos. Quizás el reto sea el de dejar de agarrarnos a prácticas o instituciones, como si nos liberaran del acecho de todo tipo de peligros. Y abrirnos al descubrimiento en Jesús, de la dimensión espiritual humana, de lo que es la plenitud de vida: “El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí".Ω 


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