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3er domingo de cuaresma: No es cuestión de lugares: a Dios solo se le adora en espíritu y verdad.

3er domingo de Cuaresma

Lect.: Éx 17, 3-7  ; Rom 5, 1-2. 5-8 ; Jn 4, 5-42
puede ver los textos en este enlace: http://textosparalaliturgia.blogspot.com/2017/02/leccionario-i-domingo-iii-de-cuaresma.html

1.   Hay un mensaje radical en el evangelio de Juan de hoy. Un mensaje que tiene un gran alcance para revisar la calidad de nuestras prácticas religiosas. Y que, también, por lo mismo, puede ayudar a clérigos y laicos que estos días se encuentran dudosos y temerosos sobre la conveniencia de no asistir a la misa dominical mientras nos encontremos todas y todos bajo la amenaza del virus Covit - 19, también llamado “Corona virus”.  Ese mensaje se resume en la respuesta de Jesús a la mujer samaritana cuando ésta le plantea su duda sobre en qué lugar, en cuál templo, se debe dar culto a Dios.  Jesús le responde sin rodeos y de forma insistente: “se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre” _[…] “los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que lo adoren así. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y verdad.”   
2.   Jesús relativiza no solo al culto samaritano y al judío, sino a cualquier tipo de culto, de rituales y templos como medio para adorar a Dios y relacionarse con Él. No se trata de un desprecio o lucha iconoclasta contra los actos de culto, y contra los templos, sino una llamada a ponerlos en su lugar, como simple instrumento o medio, y no como si fuera el aspecto más importante de nuestra práctica religiosa. Lo que pone ahora como “culto auténtico”, como culto nuevo, es algo distinto, es vital porque es la parte esencial de la propia vida, lo que es posible en la medida en que el Padre está unido a cada hombre y cada mujer, en una relación de amor. Vivir en esa relación, realizar todos los actos y actividades cotidianos en esa relación, es dar culto de verdad, es adorar a Dios, es darle gloria. El nuevo santuario es Jesús, como Hijo del Hombre, y lo es cada uno de nosotros. De ahí la frase atribuida a uno de los primeros Padres de la Iglesia, “la gloria de Dios es el hombre viviente”. Lo expresa también san Pablo en su carta a los Romanos, al decirles que es preciso “ofrecerse ustedes mismos como una ofrenda viva, santa y agradable a Dios: este es el culto espiritual que deben ofrecer” (Rom 12: 1). Dar culto en espíritu y verdad es continuar con Dios y en Dios la obra de la creación, la defensa de la vida y la construcción de la comunidad humana. Para Jesús, al hablar de Dios como espíritu, por una parte está diferenciándolo de las cosas creadas que se pueden nombrar, poseer, representar. Por otra, está uniéndolo a todo lo creado, considerándolo como dinamismo de amor que comunica su propia vida, y por eso lo llama Padre.
3.   Como en el encuentro nocturno con Nicodemo, aquí con la mujer samaritana, está hablando de una manera nueva de vivir realizándose plenamente. Jesús ofrece a esta mujer el “agua viva”, una experiencia constante de la presencia y del amor del Padre. Se lo habla a una mujer y, por añadidura, de una rama religiosa despreciada por los judíos.  Para los judíos el “agua viva” era la ley de Moisés, una ley exterior. Para Jesús el “agua viva” que alimenta a cada persona proviene de una fuente interna que guía a cada individuo, y que une a todos entre sí y con él. Esta perspectiva evangélica da lugar a comunidades adultas, de personas maduras que no tienen que estar preguntando y pidiendo permisos para actuar. Es una visión y una práctica que personaliza, frente a actitudes apegadas a legalismos e indicaciones exteriores, que infantilizan.
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4.   Al iniciar esta reflexión mencionaba el temor y dudas que algunas personas pueden tener para no asistir al “culto litúrgico”, a la celebración eucarística por prevención de contagio, conforme a las recomendaciones de las autoridades de Gobierno. Se comprenden estas dudas cuando se ve que incluso en el “Catecismo Católico”, al hablar de la participación en la eucaristía, en vez de asumir una interpretación evangélica y teológica que la integre como expresión del culto en espíritu y verdad, cae inexplicablemente en una lectura legalista, recurriendo al Código de Derecho Canónico, para presentarla como un “precepto” a cumplir bajo “falta grave”. Se ve que aún hay largo camino a recorrer para asimilar la crítica de Jesús a la actitud “cultualista” y apegada a la ley, que todavía tenía la samaritana y que prevalece en sectores de la Iglesia en nuestros días. No acabamos de descubrir el manantial de agua viva que brota del interior de cada uno de nosotros.Ω

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