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12º domingo t.o.: "Pasemos a la otra orilla, … a pesar de la tempestad"


Lect.: Job 38:1, 8-11;  2 Corintios 5:14-17; Marcos 4:35-41



  1. La primer gran “tormenta” que estalló en el seno de las comunidades cristianas se produjo cuando apareció el intento de abrirse a las comunidades paganas. Utilizando símbolos de la naturaleza, y cósmicos, como era propio de la Biblia, Marcos habla del tema dibujándolo como un episodio que hubiera tenido lugar con Jesús y sus discípulos en el lago de Galilea pero, en realidad, está hablando de otra cosa y no de la época de Jesús.  Se está refiriendo figurativamente, con el relato del lago,  al primer gran conflicto que se está experimentando dentro de las comunidades de su tiempo (unas cuatro décadas después de la muerte de Jesús). Por su intensidad Marcos al conflicto lo llama  “tormenta” o “tempestad”, mientras que Mateo, en el texto paralelo de su evangelio, lo llama “gran sismo”, —hoy diríamos terremoto. Creo que todo el tiempo nos hemos dado cuenta de que el relato está marcado por su carácter simbólico. Pero eso no es suficiente, lo importante es detenernos para entender el contenido de los símbolos en este escrito, porque se podría prestar para diversas interpretaciones.
  2. En la historia del cristianismo el primer símbolo que se ha reconocido es el de la barca. Se ha interpretado como imagen de la iglesia como comunidad de discípulos, no como institución eclesiástica. La barca, en el relato, se expone a una tormenta la que se desata  cuando el propio Jesús da la orden, “pasemos al otro lado, a la otra orilla”.  Y aquí topamos con un nuevo símbolo. Al otro lado del Mar de Genesaret —que, en realidad, es un enorme lago de agua dulce al que el río Jordán alimenta y desagua—, se encontraba la Decápolis, es decir esa especie de federación de diez ciudades, que los romanos establecieron en la frontera más oriental del Imperio, para identificarla con la cultura y modo de vida romanos. “Pasemos a la otra orilla”, como frase que Marcos y Mateo ponen intencionalmente en boca de Jesús, le atribuye a él la iniciativa de que sus discípulos no se queden en el ambiente y tradiciones del judaísmo, sino que vayan a presentar la Buena noticia a territorios de los paganos. Esto conlleva dos rupturas de fronteras: la frontera de Israel y la misma frontera de la Iglesia: la Buena Noticia y su mensaje liberador no es solo para los judíos, ni tampoco solo para los discípulos que ya habían aceptado el Evangelio. Es para todos.
  3. Esas dos rupturas de fronteras, que los empuja a los primeros cristianos a mezclarse e integrarse con hombres y mujeres de otras religiones, otras visiones y costumbres, otras culturas, los debió de aterrorizar. Pensemos en la idea dominante por siglos en el ámbito judío de ser ellos, en exclusiva, el pueblo elegido. Pensemos en la manera como entran con violencia en la “Tierra Prometida”, desplazando a otros pueblos originarios del lugar. A los paganos se les veía, al menos, como gente con los que no deben contaminarse, cuando no, a los que hay que exterminar. Y ahora Jesús les dice, “vamos a esa orilla”, al territorio pagano a continuar con la misión de anunciar un evangelio de liberación. No todos en las comunidades podían estar de acuerdo, era normal que se produjera un choque de posiciones, una tempestad, aún más, un caos. No hay que olvidar que el mar, por más que fuera el pequeño mar de Galilea, era siempre en la mentalidad de la época, símbolo del caos, de las fuerzas ocultas anti humanas que están en lo desconocido. La amenaza se acentúa aún más cuando  este mar se encuentra en un momento de tempestad.  El relato simbólico de esta tempestad fue, sin duda, escrito años después de la muerte y resurrección de Jesús, cuando algunos discípulos más de vanguardia, orientaron su misión hacia tierra de paganos. Elaborar un relato del pasado  en el que se atribuye a Jesús la orden de “pasar a la otra orilla” era una forma de legitimar esta iniciativa “vanguardista” y un llamado a que cambiaran de actitud quienes veían que siempre era más cómodo y seguro quedarse solo en un ambiente conocido, donde todos pensaban lo mismo o parecido, y el cambio siempre supone un problema.
  4. Ingenuamente, visto a enorme distancia temporal, podríamos escandalizarnos de esa actitud conservadora dentro de las primeras comunidades, temerosas de mezclarse con los paganos, con aquellos que piensan y viven diferente. Podríamos escandalizarnos si no fuera porque nuestra propia situación contemporánea nos habla de reacciones parecidas. A nivel de la Iglesia universal, nos ha tocado presenciar reacciones que hasta hace pocos años no eran imaginables en la Iglesia Católica contemporánea: sacerdotes, e incluso obispos y cardenales conservadores que se enfrentan al llamado del Papa Francisco al cambio, y que lo acusan de estar modificando la doctrina “perenne” de la Iglesia. El cambio al que impulsa Francisco, de que la Iglesia salga a las calles, de que los pastores tengan olor de oveja, y que no vivan en grupitos elitistas; que se adopte una actitud de comprensión y compasión con quienes han pasado por la angustia de un matrimonio fracasado y por el dolor del divorcio; que se entienda y no se enjuicie a los miembros de la comunidad LGTBI, cuando luchan por sus derechos; que impulsemos una iglesia que viva con más sencillez y pobreza y se comprometa con el desarrollo y defensa de los valores humanos… En fin, todo el cambio que propone Francisco, para los que están anclados en el pasado cómodo, supone una tormenta y un terremoto.
  5. Hay que reconocer que esta “tempestad” no se da solo al interior de la Iglesia. En la sociedad civil  persisten núcleos fuertes de resistencia a cambios de apertura. Esta resistencia se une al terror que con frecuencia afecta a los seres humanos ante los otros, los diferentes, los que nos muestran con su vida que no somos los únicos en poseer la verdad. Recientemente hemos visto ese terror e inseguridad ante la presencia de los millones de desplazados que busca migrar a países donde puedan ser tratados como seres humanos. Ese terror se refleja en las políticas, cada vez más crueles, del presidente Trump con los inmigrantes, y en el cinismo del rechazo hacia ellos que tienen muchos políticos y sectores de los países de Europa, ante quienes tocan sus puertas huyendo de guerras y hambre, como si la misma Europa y EEUU no fueran corresponsables de los problemas que generan los desplazamientos. En esas actitudes del mundo rico y acomodado se refleja también el apego egoísta a un modo de vida confortable, y al mismo tiempo, un desapego por los valores de solidaridad humana.
  6. Pareciera el panorama que estamos presenciando, bastante desolador y amenazante, comparable con una tempestad que puede hundir la sociedad humana. Es esperanzador concluir el relato del evangelista Marcos que nos recuerda que en medio de la tempestad los discípulos veían a Jesús que siempre estuvo en la barca, dormido. Esta imagen de Jesús “dormido”, es un último símbolo del relato. Aparece apoyando la cabeza sobre algo que el texto en la lengua original llama “cabezal”, que era el término para designar el soporte donde se ponía la cabeza de un difunto, al enterrarlo. Subraya que los discípulos seguían pensando en Jesús muerto. Verlo dormido es olvidar que ya “despertó” a una vida nueva y que sigue resucitando en nosotros a la realidad de esa misma vida nueva, aún en medio de tempestades de conflictos en las relaciones humanas. Esa vida nueva es la que nos permite asumir nuestra misión, caminando con Jesús y con otros discípulos, luchando por el cambio hacia una mejor convivencia humana.Ω



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