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Domingo de la Stma. Trinidad: "A Dios nadie lo vio jamás…"

Lect.: Deuteronomio 4:32-34, 39-40; Romanos 8:14-17; Mateo 28:16-20

  1. Desde Navidad hasta Pentecostés  hemos recorrido, domingo tras domingo, el mensaje que las primeras comunidades derivaron del recuerdo de la vida de Jesús de Nazaret. No era una crónica histórica sino una lectura de fe de acontecimientos centrales en la vida del Maestro, que les inspiraba para su vida espiritual. Después de ese recorrido, la liturgia  pone en este domingo el foco de su meditación ya no en otro acontecimiento, sino en el Dios que se revela en esa vida de Jesús, el Dios con quien él se relacionaba. Y esto nos impulsa a preguntarnos, ¿Quién era el Dios de Jesús?La tradición ha seleccionado para referirse a ese Dios una expresión teológicaque ve a Dios como la “Santísima Trinidad”. Es la teología la que produce esta expresión, porque en ninguna parte de los evangelios se utiliza ni, tampoco, podemos encontrar reflexiones sobre lo que podríamos llamar el “misterio de Dios”. Más bien, el evangelista Juan es categórico cuando dice que “a Dios nadie lo vio jamás” (Jn 1:18), …  y Mateo tiene un párrafo parecido cuando en un pasaje muy bello de alabanza, pone a Jesús a decir: “¡Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque, ocultando estas cosas a los sabios y entendidos, se las diste a conocer a la gente sencilla! Sí, Padre, ésa ha sido tu elección. Todo me lo ha encomendado mi Padre: nadie conoce al Hijo, sino el Padre; nadie conoce al Padre, sino el Hijo y aquél a quien el Hijo decida revelárselo.” (Mt (11: 25 - 27). Está muy claro el tipo de fe en Dios de las comunidades. Si en el AT los judíos se inhibían, por respeto, de pronunciar o de escribir el nombre de Dios, los evangelistas y todo el NT quieren mantener esa actitud reverencial ante Dios reconociendo que lo que llamamos Dios es una realidad que trasciende todo conocimiento, toda reflexión, todo nombre; no puede reducirse a conceptos ni a explicaciones racionales, como si se tratara de un objeto o sujeto de los que forman parte de nuestro universo material. En términos más contemporáneos nuestros, podríamos decir que ante la realidad de que llamamos “Dios” —nombre común a muchas religiones y creencias—, mejor es mantener un respetuoso silencio. 
  2. Sin embargo, ese reconocimiento de la trascendencia de Dios, en las primeras comunidades cristianas va acompañado de la otra convicción, subrayada también por el evangelista Juan, “si bien a Dios nadie lo vio jamás, el Hijo único, Dios, que estaba al lado del Padre, Él nos lo dio a conocer.” (Jn 1:18)   Ya no es en el Templo en donde debemos buscar la presencia del Altísimo, como profesaban los judíos,  sino en la persona de Jesús. El mensaje nos dice que es en el proceso de crecimiento, de realización personal de Jesús en su misma vida humana, desde la encarnación hasta su pascua, es ahí donde se manifiesta la realidad divina. Es decir, que aquel que confesamos como el Dios eterno  forma parte de la historia de Jesús y de su caminocotidianocuando él anuncia el Reino con su vida de servicio, de solidaridad, de compromiso amoroso. Mateo en su relato vincula toda la vida de Jesús a la de Dios: en el nacimiento, a lo largo de todas sus acciones y palabras y hasta la muerte. Esto es lo maravilloso: que esa realidad que llamamos Dios, —que está sobre todo nombre, y que trasciende todo conocimiento— no es una realidad aislada y diferente de la realidad que conocemos y, por el contrario,  los cristianos la descubrimos en todo lo que Jesús, ese humilde campesino galileo, hizo en su vida como manifestación de la fuerza del Espíritu de Dios, en la realidad humana.
  3. Pero, además, lo que resulta para nosotros todavía más impactante, es entender que las primeras comunidades quisieron hacernos ver cómo cada uno de los discípulos compartimos esa misma presencia y experiencia de Dios en Jesús. Esto sucede en cada uno de nosotros, en la medida en que formemos parte de la historia de Jesús y de su caminocotidianoanunciando el Reino con una vida de servicio, de solidaridad, de compromiso amoroso, —independientemente de nuestras creencias y tradiciones religiosas—  De hecho, es a eso a lo que se refiere el envío de los discípulos en el texto de hoy “Vayan, pues, y hagan discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo,
  4. y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado”.“Bautizar” no es sinónimo de “matricular”, de “inscribir” para aumentar el número de miembros de la Iglesia. Se trata de ayudar a que todos descubran lo que tienen en sí mismos, en la medida en que compartimos ese mismo camino. A distancia de lo que a veces creemos, —debido a la catequesis muy limitada que hemos recibido—, el bautismo de los cristianos no tiene un sentido de purificación, ni es un gesto penitencial, —como lo fue el bautismo de Juan el Bautista—,  sino que simboliza la inmersión en el Espíritu Santo que ha acontecido en nosotros. Esta inmersión define la nueva condición, la nueva identidad de los que recorren el mismo camino que siguió el Jesús histórico. El bautismo lo que hace es significar esa inmersión en el Espíritu de Cristo que nos permite que habitemos y caminemos en el interior de la misma vida divina, alcanzando nuestra plenitud humana. 
  5. La misión, el envío que hace Jesús a sus discípulos, apunta entonces a anunciar a todos los pueblos esta realidad que todos tenemos a nuestro alcance: que sumergiéndonos en el modo de vida de Jesús de Nazaret, al sumergirnos en el Espíritu que lo alentó, estaremos todos los seres humanos sin excepción, sumergidos en la misma vida de Dios, al que nadie ha visto jamás, pero que viviendo de esta manera lo hacemos manifiesto. Es la grandeza de la dignidad humana.Ω  


Comentarios

  1. Hermoso comentario que transparenta de manera muy clara esa vida de unión en la vida de Jesús y la inmersión en el Espíritu que lo alentó. Es la riqueza del ser humano.

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