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Domingo de pascua: El triunfo de las víctimas

Lect.:   Hechos 10:34, 37-43; Colosenses 3:1-4; Juan 20:1-9

  1. ¡Jesús vive!. Esa es la principal afirmación que nos dejan los cuatro evangelistas, en especial, Juan, con sus relatos de resurrección. No importan los detalles, o la descripción un tanto diferente que cada uno elabora. Lo que importa es entender cuál es el significado que tienen esos relatos y cuál el mensaje que nos quieren dejar a quienes venimos después. Y este es el mensaje: Jesús vive y opera en todos y todas las que han retomado su camino y han continuado su actuar liberador. No se trata de una mera imitación externa en la que él se reproduzca. Ni solamente que vive en nuestra memoria, como suele decirse de los difuntos. Ni que vive porque conocemos sus enseñanzas y tratamos de aplicarlas. Se trata de algo mucho más profundo; se trata del cumplimiento de lo que ya el mismo evangelista Juan había consignado como promesa de Jesús, mientras estaba terrenalmente, en medio de ellos: “Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero ustedes sí me verán, porque yo vivo y también ustedes vivirán. Aquel día comprenderán que yo estoy en mi Padre, y que ustedes están en mí y yo en ustedes.” “El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él.” “Les aseguro que el que cree en mí hará también las obras que yo hago, y aún mayores, porque yo me voy al Padre” (Jn cap 14). Estas afirmaciones las puede hacer el evangelista y otros cristianos y cristianas después de ellos, no como producto de la imaginación, sino como fruto de una experiencia enraizada profundamente en la propia vida. Cada vez que vivimos y actuamos como Jesús de Nazaret, es él quien continúa viviendo y operando en cada uno de nosotros, y en todos como comunidad. Jesús vive, es su vida la que nos alienta desde dentro de nosotros.
  2. Lo que predican entonces los primeros cristianos es algo que continúa siendo una realidad más allá de los cuarenta días en los que se relatan apariciones con forma parabólica de expresar lo inexpresable, la experiencia de que están viviendo una vida plena, nueva, con Cristo, oculta en Dios. Porque Dios supera toda fórmula de expresión y así, de igual manera, Jesús, el Cristo, Hijo de Dios, viviendo y actuando en cada uno de nosotros.
  3.  Pero, además de esta proclamación sorprendente, de que Jesús vive, hay otra que los evangelistas descubren en su experiencia y que quieren comunicar con sus relatos de resurrección. Si Jesús vive, es porque el Espíritu de Dios que estaba en él, ha vencido sobre los poderes políticos, económicos y culturales que le llevaron a la cruz, intentando acabar con el reinado de Dios. Los vencedores no serán los sacerdotes del Templo, los líderes político –religiosos judíos que declararon a Jesús como su enemigo. No son ellos quienes vencen en última instancia. Es el poder del amor de Dios el que es más fuerte que la muerte. (Esta noche de elecciones presidenciales en Costa Rica, el excandidato presidencial socialcristiano, don Rodolfo Piza, dijo algo importante en esta línea, “El idealismo derrota al mero cálculo”). Al experimentar que Jesús vive, quienes le siguen reconocen entonces, que Dios pronunció su aprobación a cada paso que Jesús dio en su vida, a cada una de sus acciones. Lo aprobó porque cada paso y cada acción y esa forma de vivir y comprometerse por la justicia era valiosa por sí misma, es decir, iban en busca de lo más valioso que hay en la vida humana. En cambio esta validación de la vida de Jesús es, al mismo tiempo,  la desautorización del modo de vivir de las autoridades políticas y religiosas del Templo, un modo de vida centrada en el dinero y el poder que de hecho se transformaba en la “divinidad” que los guiaba. Esta segunda constatación completa el mensaje de esperanza que anunciaban los evangelistas con sus relatos de resurrección. La codicia y opresión de las autoridades que asesinaron a Jesús, a Monseñor Romero, a Berta Cáceres, a Marielle Franco y a tantos mártires, no son los que ganan. Con Jesús viviente, vence la vida que es dedicada libremente al amor y al servicio de los desposeídos, discriminados y explotados, independientemente de qué nacionalidad, religión o identidad sexual sean. A seguir ese mismo camino de servicio y compromiso nos llama este domingo de Pascua.Ω


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