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22º domingo t.o.: la cruz: un no a una religión inofensiva

Lect.: Jeremías 20:7-9; Romanos 12:1-2; Mateo 16:21-27



  1. Darse cuenta de lo que es Jesús, conlleva darse cuenta de lo que cada uno de nosotros es, en cierta forma, por lo que buscamos, al hacernos discípulos suyos. Ya lo empezamos a ver el domingo pasado y hoy se lo deja más claro a Pedro. Y le deja claro que el tipo de opción de vida que asumió Jesús inevitablemente crea problemas y, en su caso, conflictos con el poder político y religioso, persecución y al final, la condena a muerte.  Cuando repetimos la frase del texto de Mateo de hoy, sobre “tomar la cruz y seguirlo”, se corre el riesgo de banalizar la expresión o de darle tal extensión que, en el límite, no expresa más que afirmaciones genéricas de sentido común. Así, por ejemplo, suele entenderse como una exhortación realista a aceptar las cargas y las luchas de la vida; o un consejo espiritual, semejante al de las tradiciones budistas e hinduistas, de cómo enfrentar el dolor y las pérdidas sin que se conviertan en sufrimiento. Sin duda que del Evangelio pueden derivarse enseñanzas semejantes, pero no es el caso del texto de hoy. Con la frase de “tomar la cruz” que, obviamente, no puede ser de Jesús y seguro que se origina en la comunidad de Mateo, se evoca la invitación del Maestro a seguirlo aunque ese seguimiento no está exento de “cruces”, es decir, de choques y conflictos ligados al tipo de opción de Jesús y del movimiento evangélico.
  2. Jesús tiene compasión de esas multitudes que en su sufrimiento, en su pobreza y hambre, vuelven a él la mirada con esperanza. Jesús se alinea con la causa de los pobres de Palestina,  una tierra dominada no solo por el imperio romano, sino por las prácticas injustas de quienes desde el poder religioso y político, controlaban el poder económico, la producción y el comercio de la uva, el trigo y el aceite. Jesús no solo quiere aliviar la pobreza y marginación de muchos, sino que quiere cambiar una sociedad donde los intereses y el poder de unos pocos, producen la exclusión de grandes mayorías del disfrute de los bienes de la tierra, una tierra que en su tradición entendían como “prometida” para todo el pueblo.. Y esa toma de posición de Jesús, que para él traduce en sentido pleno su mandamiento del amor, es la que él pide también de sus discípulos. Quiere que ellos también sientan compasión por aquellas multitudes, —la opción cristiana no se origina en un análisis científico de la situación, aunque este puede ayudar—, sino en un profundo sentimiento de empatía, de pasión – con los que sufren injustamente, con los “descartados”, que dice el Papa Francisco. Pero quiere que a los discípulos les quede claro que este seguimiento del evangelio, de la Buena Noticia, conlleva, como en su caso, conflictos y sufrimientos y, al final, por la cerrazón de los poderosos, la muerte en la cruz.
  3. Cuando Jesús les preguntó qué pensaban que era él, Pedro había reflejado su fe en Jesús como Mesías por cuanto quizás lo veía como un líder capaz de reagrupar  las tribus de Israel para hacer del pueblo judío una gran nación libre. De ahí su reacción negativa ante la perspectiva de la muerte de Jesús, incompatible, en su visión, con el liderazgo nacional requerido para la tarea mesiánica. Los padecimientos y la muerte no pegaban con su concepto de Mesías. Aunque quizás, también, Pedro reacciona así porque cae en la cuenta de que su propio futuro, su propio destino, va ligado al de su Maestro y eso le inspira temor. Teme a las consecuencias del seguimiento. Nos pasaría a cualquiera de nosotros. 
  4. Y digo “nos pasaría” porque tratando de ser objetivos y sinceros, debemos reconocer que hoy en día la confesión de fe cristiana no la solemos entender como adhesión a ese compromiso, a esa alineación de Jesús al lado de los que sufren los efectos de una sociedad injusta. En realidad, pareciera que nuestra confesión cristiana en un país como Costa Rica, no resulta amenazadora, ni siquiera inquietante para los poderes responsables de los sufrimientos de aquellos que despertaban la compasión de Jesús. Siento que hemos derivado en una confesión que solo pone énfasis en obligaciones rituales y sacramentales, en repetir fórmulas doctrinales que no afectan la vida de la sociedad y, a lo sumo, en guardar una moralidad que colabora a la convivencia social y familiar, y en esto coincide  con otras posiciones  religiosas y no religiosas que solo se preocupan porque la ley y el orden sean respetados. Esto está bien, es necesario para la salud de la ciudad y del país,  pero no refleja las prioridades de Jesús y del Evangelio, a las que se refiere el evangelio de Mateo.
  5. Lo peor de quedarse en esta práctica inofensiva del Evangelio es que, sobre todo en las nuevas generaciones más jóvenes, deja campo libre a estilos de vida nada constructivos, por no decir que a menudo hacen el juego a la injusticia imperante. Son estilos de vida demasiado narcisistas, centradaos en una visión superficial de la felicidad, que no se apuntan con el compromiso cristiano en serio, por temor a no ser populares, a no ser acogidos y aprobados por los grupos supuestamente “exitosos” en el medio.  Como si la garantía de la calidad de nuestra vida cristiana nos la diera el número de “me gusta” (“likes”) que consiguen nuestras actividades, lo que hacemos, pensamos y transmitimos en las redes sociales, o los selfies que publicamos porque nos muestran sonrientes y satisfechos y, si topamos con suerte, a la par de alguien “famoso” o de algún político en campaña preelectoral.  Podemos preguntarnos si es aquí, entre esa vida superficial versus la de serio compromiso  se juega la alternativa de perder la vida ganándola o, por el contrario, creer que se gana, perdiéndola. Pero como a Pedro, también a nosotros nos da miedo el costo que puede tener el seguimiento del evangelio de Jesús, por más que sus palabras nos garantizan que no nos está invitando a sufrir por sufrir, a ninguna práctica ascética masoquista, sino que nos da la oportunidad de hacer, trabajar y vivir con satisfacción enrolados en la construcción de un mundo nuevo,  realizándonos y alcanzando nuestra plenitud de vida humana, tanto en momentos de disfrute como en los de dolor, “los dos materiales” que conforman los ciclos de nuestra existencia.Ω

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