Lect.: Isaías 49:14-15; I Corintios 4:1-5; Mateo 6:24-34
- Innumerables veces hemos comentado cómo nuestra maduración cristiana nos hace superar la creencia, infantil, primitiva, de que nosotros estamos “aquí abajo” y Dios “allá arriba”, y de que estamos en un “valle de lágrimas” que es “inevitable”, como si fuera parte de un destino humano, y que solo con la “ayuda de Dios”, —pero siempre un “dios exterior y lejano”— podemos lograr aliviar algo nuestras penas y angustias. Afortunadamente, conforme avanzamos en nuestra formación madura en el Evangelio, vamos aceptando mejor que entre Dios y nosotros no hay ninguna brecha, que desde que fuimos creados, no se nos arrojó a un vacío inhóspito sino que no hemos salido de las manos del Creador, y estamos en ellas permanentemente. Aún más, que nuestra vida es participación en la misma vida divina y que Él actúa por medio nuestro, que somos su imagen y semejanza.
- Con esta visión más madura de lo que es la creación, la naturaleza, y lo que somos los seres humanos debemos acercarnos a leer ese texto de Mateo de hoy. Este texto ha sido objeto de mucha discusión, —incluso de los exegetas, estudiosos de la Biblia,— porque no han faltado quienes lo interpreten como una invitación a la comodidad y a la alcahuetería, a una mala interpretación de la Providencia como si con esas comparaciones con las aves del cielo y las flores del campo se nos invitara a esperar que del cielo nos lluevan las soluciones a nuestros problemas, a nuestras necesidades de mantenimiento, de comida, bebida y abrigo. Pero el texto de Mateo nos dice por completo otra cosa, si lo leemos desde esa otra perspectiva que comentábamos, conscientes de que entre Dios y nosotros hay una gran unidad y que, por lo tanto, cuando se dice que Dios alimenta a las aves, y cuida de las plantas, de lo que está hablando es de la providencia divina ejercida por nuestras manos. Se está hablando de nosotros. En nuestras pequeñas manos y cerebro, y con nuestras limitadas fuerzas la fuerza creadora de Dios continúa su obra por medio de nosotros, que somos su imagen y semejanza. La necesaria labor de cuidado por plantas y animales, la preocupación y compromiso ecológico por toda la naturaleza, por la tierra entera debe ser el signo más visible de la Providencia de Dios que ama la vida que sale de él y la quiere proteger por medio nuestro. Es por eso, pensando en esta dirección que en varias iglesias cristianas se ha desarrollado la idea de que nuestra tarea en la creación, ante la naturaleza, no es una tarea de “dominar la tierra”, sino de ser sus “administradores”, sus “mayordomos.
- El texto de hoy de Mateo, que es todavía parte del Sermón del Monte que hemos venido comentando durante varios domingos, —y que refleja las actitudes, los sentimientos, los valores y el modo de vida de Jesús de Nazaret— es, pues, una invitación a que cobremos conciencia de nuestro ministerio, nuestro servicio providente que prolonga el cuidado de la creación entera pero también, el cuidado providente que los seres humanos debemos tener unos de otros, cada persona de otras personas cercanas, cada grupo humano y cada nación de las necesidades de las otras, conscientes de que en esto se traduce y aterriza nuestra fe en la presencia de Dios que es todo en todos.
- No es de extrañar, entonces, que las palabras de este sermón de Jesús quieran disipar nuestras angustias y preocupaciones ante las necesidades básicas. Se comprende desde esta perspectiva que se nos diga que no nos preocupemos sobre lo que comeremos, sobre cómo resolveremos los problemas de nuestro mantenimiento cotidiano. Porque Mateo se está dirigiendo a discípulos que quieren vivir el Evangelio de Jesús. Mateo está pensando en que quienes lo oyen quieren formar comunidades de fe y de amor que se transformen en signos de esperanza para resolver los problemas de la vida diaria de todos en todas partes, en particular los problemas de los más necesitados. Son los que integran esas comunidades los que pueden ejercer el ministerio de la providencia divina con quienes lo necesiten, y con la naturaleza. Es significativo que este texto vaya antecedido por la advertencia de que hay que decidirse si se quiere servir a Dios o al dinero. Quienes opten por vivir en función de la acumulación de riquezas de manera egoísta, no tendrán disposición de corazón para ser ministros, servidores de la providencia divina. Tal y como lo estamos viendo en nuestros días, donde países poderosos y ricos construyen muros y cierran sus puertas a miles de emigrantes pobres, cuya migración, paradójicamente, ha sido causada por políticas de dominación y explotación de esos mismos países poderosos sobre los países de procedencia de muchos de estos emigrantes. No son solo sus estrafalarios gobernantes los responsables, sino también quienes los apoyan políticamente desde la base.
- En la misma línea del texto evangélico de hoy el Papa Francisco escribió su extraordinaria Carta “Laudato si” sobre el cuidado de la casa común, —ojalá todos la hayamos leído, estudiado y asimilado. Aunque son enseñanzas profundas, están al alcance de todos, para que podamos comprender, para decirlo con palabras del Papa, que “Todos podemos colaborar como instrumentos de Dios para el cuidado de la creación, cada uno desde su cultura, su experiencia, sus iniciativas y sus capacidades”. Ninguno tiene excusa para no servir de canal de la gratuidad de Dios. Y en la medida en que lo hagamos, nadie tendrá por qué pasar hambre, pobreza ni ninguna forma de abandono.Ω
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