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7º domingo t.o.: ¿Superar la violencia sin violencia?

Lect.: Levítico 19:1-2, 17-18; I Corintios 3:16-23; Mateo 5:38-48

  1. Continúa Mateo hoy ayudándonos a entender el camino que Jesús propuso en el Sermón del Monte, —y que no es más que un reflejo de su propio modo de vida, y no ninguna doctrina teórica, abstracta. Como en el texto del domingo pasado, en éste también sigue haciéndolo con ayuda de lo que se llaman “antítesis”. Ese estilo de hablar en el que frente al modo de pensar y enseñar que se acostumbraba, Jesús contrapone algo nuevo. “Han oído…, pero yo les digo”…  Las antítesis mencionadas el domingo pasado ya eran duras y parecían difíciles de cumplir: ir más allá de lo que entonces se enseñaba y vivía en la religión judía en el tema del adulterio; en el trato a la mujer propia —a la que se podía dejar “tirada” como una propiedad más de desecho; en el tema del juramento  el uso en vano del nombre de Dios; o en cuanto a subordinar la participación en el culto a la reconciliación con el hermano… Ya todo eso apuntaba a dejarse guiar por algo superior a la Ley existente. Pero los versículos de hoy nos mueven a un campo más exigente todavía: el de la violencia, la venganza y la manera de enfrentar a quienes se abusan de nosotros o nos hacen daño. Se trata, como sabemos, de un área de la experiencia humana muy generalizada y que pareciera tocar instintos naturales de defensa e incluso de identidad, sobre todo desde una visión machista. Pues ahora Mateo nos dice que en este campo también el camino de Jesús es diferente del comportamiento generalizado. Excluye el devolver mal con mal, —no admite siquiera aplicando la llamada “Ley del Talión” que había supuesto una venganza más “equitativa”, en su momento—; excluye el pleitear con quien se abusa de uno, o con quien te quiere llevar por dónde no has decidido, invita a no resistir al mal y, de manera que suena más extremosa, pide amar incluso a los enemigos.
  2. En cualquier momento de la historia, pero en particular en este que nos ha tocado vivir, la violencia nos rodea a todo nivel y nos parece subrealista excluir la posibilidad e incluso la necesidad de una reacción adecuada. Esa violencia, no siempre física y directa, nos afecta en lo inmediato a nivel individual y familiar, cuando somos víctimas de la inseguridad en las calles, o de acusaciones injustas, salidas de envidia o de odio… ¿cómo no alimentar la tentación del desquite o, al menos, del uso de medios legales para defenderse? Y saltando de nivel, en el plano nacional e internacional, hay otros focos que generan violencia, que salpican y afectan seriamente nuestras vidas. Estamos sumergidos en un sistema económico que, tras sus apariencias formales, se encubren  formas de opresión sobre poblaciones más débiles y marginadas. ¿Es que en nombre del Evangelio se puede volver la cara hacia otro lado ignorando el sufrimiento que genera esa injusticia? Estamos además rodeados de guerras inicuas originadas en intereses pervertidos de gobernantes o de grupos económicos poderosos. ¿Cómo no reaccionar con solidaridad  cuando vemos que esas guerras producen destrucción para mucha gente inocente, y expulsa de sus tierras a millones de emigrantes… a los que luego les cierran las puertas en países que podrían servirles de refugio?  Cuando todo esto sucede, en nuestra propia vida y a nuestro alrededor, ¿cómo poder abrazar las propuestas del Sermón del Monte que no suenan realistas? Tenemos la tentación de pensar que, con estas exigencias, no parece que el camino del evangelio de Jesús ayude a hacer de este un mundo mejor.
  3. Este tema de la actitud cristiana ante la violencia ha planteado muchas dudas y problemas a los discípulos de Jesús a lo largo de los tiempos y las diversas iglesias no han tenido respuestas unánimes en todo lugar. Tampoco las tenemos hoy día. Es indispensable seguir reflexionándolo, en referencia a las nuevas experiencias que se van viviendo nuestras sociedades y escuchando y dialogando, incluso, con otras tradiciones espirituales distintas de la cristiana. Por lo pronto, solo subrayemos un punto que puede ayudar a orientar esta reflexión.  Ya decíamos los domingos anteriores que la propuesta de Jesús no es de carácter legal, no consiste en una ley nueva, que completa y perfecciona los Diez Mandamientos de la tradición mosaica. No incluye indicaciones precisas y puntuales sobre cómo actuar en situaciones concretas. Nada de eso. El domingo pasado hablábamos de que a los y las cristianas se nos pide “ir mucho más allá de una vida moral organizada en torno a preceptos legales”. En la liturgia de hoy, San Pablo, en la segunda lectura sugiere de qué se trata cuando hablamos de “ir más allá”. Abrazar el camino del evangelio es abrirse a una sabiduría distinta de la de este mundo para pensar, ver y actuar. Coincide con el texto de Juan que citábamos el domingo pasado donde se nos hablaba del Espíritu que habita en nosotros y nos conduce en una búsqueda de la verdad que debemos realizar en la práctica. Con esa sabiduría, analizando las diversas circunstancias, cristianos y cristianas debemos ser creativos para encontrar directrices para dar solución a  los conflictos que se nos presentan.
  4. Por lo demás, el final del evangelio de hoy nos sirve de recordatorio de que somos hijos del Padre que es perfecto. Con frecuencia esta expresión pareciera desalentadora por poner el listón muy alto. Pero su sentido aquí no es el de señalarnos una marca que nos desanime, sino, por el contrario, es más el de darnos ánimo. Si nuestra fe nos dice que compartimos, participamos de la propia vida de ese Padre, se puede esperar que de nuestro interior van a ir brotando las luces e impulsos para hacer lo que debemos hacer, por difícil y superior a nuestras fuerzas que parezca, también en este campo de la violencia. Si  los textos de estas antítesis en el Sermón de la Montaña, asumen una forma tan radical de expresarse, es porque son una provocación y una protesta. Una protesta contra el modo de vida predominante en el mundo de la violencia institucionalizada de la política y la economía de hoy, (y también de otros tiempos) que causa destrucción de la vida humana y de la naturaleza y que afecta nuestro mismo modo de pensar y actuar como individuos y familias. Y es, sobre todo, una provocación a que nos atrevamos a pensar de manera distinta de la dominante, y a que encontremos creativamente formas de superación de la venganza y la violencia, en un plano distinto del de la Ley (que también encierra formas de violencia) y la fuerza. Es una provocación para que encontremos esa superación más bien en el plano del don gratuito de las capacidades que ya tenemos y debemos descubrir en cada uno de nosotros, que nos permiten actuar como hijos del Padre que es perfecto.Ω

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