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Pentecostés


  Lect. Hechos 2,1-11, I Corintios 12,3b-7.12-13, Juan 20,19-23 
Cuando al Bautista le toca presentar a Jesús, después de haberlo bautizado, según el evangelio de Jn, dice sencillamente: «He visto al Espíritu que bajaba como una paloma del cielo y se quedaba sobre él. Y yo no le conocía pero el que me envió a bautizar con agua, me dijo: “Aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ése es el que bautiza con Espíritu Santo.”» (Jn 1: 32-33). Cuando al propio Jesús le toca presentarse a sí mismo, según el texto de Jn, lo que dice es: “he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10:10). Luego se aplicará las palabras del profeta para mostrar que su servicio a los pobres, a los cautivos, a los necesitados de salud y a los oprimidos de cualquier forma, se derivan del hecho de que el Espíritu está sobre él. “Bautizar con Espíritu Santo” y “dar vida en abundancia”, en realidad no son cosas distintas, sino formas de expresar lo mismo. El Bautista, que se sabía enviado a practicar ritos de purificación, aclara que la misión de Jesús no es como la suya; es “bautizar”, sí, pero no de manera ritual, sino en otro sentido, “en el Espíritu Santo”. Bautizar, sumergir, empapar, en el Espíritu Santo, es la expresión simbólica de sumergir en la fuente de la vida, en el aliento vital, en la energía última que sustenta todo lo que existe en el universo y a nosotros en particular. Por eso es equivalente a decir que viene para que tengamos vida en abundancia.

Jesús no se presenta como un maestro, un guía moral, un reformador de la Ley, o un fundador de una religión más. No es un nuevo legislador; no vino a añadir o cambiar mandatos de la ley antigua, ni cae en trampas legalistas que le ponen los fariseos para enredarlo en ellas. Tampoco se mete en discusiones religiosas, sobre cuál sea la religión verdadera o los correctos lugares de culto Cuando la samaritana, le pregunta por el lugar, el “monte correcto” para darle culto a Dios, él no responde escogiendo uno de los que ella le menciona, ni proponiendo otro nuevo (no dirá, “más adelante veréis que será en las colinas de Roma”). Se coloca por encima de esos debates y trata de colocar a la mujer en otra perspectiva. No se trata del culto, ni de templos de una u otra religión, vieja o nueva. Dice con claridad que a Dios se le adora en espíritu y en verdad. Es la perspectiva de la vida humana plena la que le interesa.

Cuando los cristianos hablamos de participar en la muerte, resurrección y ascensión de Jesús y en recibir el Espíritu Santo que nos es dado, no estamos hablando tampoco de hechos rituales, litúrgicos, ni de cuatro acontecimientos distintos. Así lo parece a menudo porque por razones pedagógicas y simbólicas, en los siglos anteriores, en el culto, sobre todo, se quiso distinguir entre lo que, de hecho, son todas dimensiones de una misma realidad: nuestro nacimiento a una vida plena, —como le dijo Jesús a Nicodemo (Jn 3: 3 – 8)—, a compartir la vida del eterno aquí y ahora, como le dijo Jesús a Marta, la hermana de Lázaro, (Jn 11: 21 – 27), abrirnos a la plenitud de la vida humana como la vivió Jesús. Pablo pone la referencia de Cristo en quien, dice, reside toda la plenitud (Col 1: 19), toda la Plenitud de la Divinidad corporalmente (Col 2: 9). Es decir, se funden en Jesús la plenitud de vida humana con la vida divina a la que expresa corporalmente. Y esta es la vida de la que participamos, “en la que somos, nos movemos y existimos.” La que captaron los grandes hombres y mujeres espirituales y nosotros estamos invitados a descubrir en nosotros mismos.

Me decía un compañero de mi comunidad que, para él, el término espíritu, —rúah, en hebreo, y en todas las tradiciones antiguas, vinculado al viento, a la respiración y a la energía— es por su sutileza la mejor metáfora bíblica para hablar de Dios, —el innombrable, el inasible—, es un hablar de El sin hablar. No vemos el aire, ni la respiración, ni el viento, ni los podemos agarrar con la mano. Y, al mismo tiempo, sabemos que se trata de algo muy real, sentimos su fuerza, lo percibimos como expresión de la fuerza vital que nos mueve y mueve la naturaleza. Hablar de Dios como Espíritu es, entonces, hablar de Él como de esa energía que nos rodea y nos penetra, nos anima, nos empuja a actuar y nos une entre nosotros mismos y nos sumerge en Dios en una unidad que nos resulta difícil de comprender.

Vivir en el Espíritu, llevando nuestra vida a plenitud se da cuando descubrimos nuestra propia identidad humana y cristiana, que estamos llamados a desarrollar; es lo que puede llenar nuestra existencia de alegría y de sentido, y nos puede marcar para vivir como Jesús, de una manera fraterna, solidaria, fecunda, creativa, independientemente de nuestras diferencias de temperamento, de personalidad, de capacidadesΩ

Comentarios

  1. Padre, ¡qué bendición más grande leer sus prédicas! La metáfora que usted menciona sobre el Espíritu Santo es tan cierta que nos motiva a ver en nuestro entorno lo que no es visible. Ver con los ojos del corazón, como citó Saint Exúpery en su hermosísimo libro El Principito: LO ESENCIAL ES INVISIBLE A LOS OJOS. El Espíritu Santo es indispensable en nuestras vidas, al menos en la mía. Yo lo necesito mucho. Por dicha, el Espíritu a veces se manifiesta en forma física, un ejemplo es la manera en que lo ilumina a usted para ayudarnos. Dios lo bendiga Padre y ojalá lo pueda ver muy pronto.

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  2. Gracias, Errol. Un compañero de mi comunidad añade, citando a otro autor, que lo esencial tampoco se puede enseñar. Descubrir, aprender a ver, es trabajo muy personal. Lo bueno es que en nuestro entorno otros estimulan y provocan nuestra capacidad de descubrimiento. De muchas maneras. Hece poco leí sobre un maestro budista al que un discípulo le preguntó d´pnde encontrar la verdad. El monje le respondió algo así como: mira ahí afuera, en la calle. El discípulo replicó: Maestro, ahí afuera solo veo cosas corrientes, la vulgaridad de la vida. Entonces el Maestro le dijo: esa es la diferencia, que algunos sí pueden ver ahí la verdad y otros no. Un abrazo..

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  3. Hola, creo que es muy lindo su comentario padre Jorge, es una bendición tener la oportunidad siempre de recibir sus impresiones del evangelio, siempre me ha gustado el espíritu como esa "la viento" el pneuma o ruaj que dice, que es como otra expresión del Señor, creo que Cristo sí nos da un lugar de adoración nuevo, un lugar que llevamos con nosotros dentro y es lo genial de su predicación, que nos convierte en templo, y en templo por qué no de esa verdad, la Verdad que para mi es Cristo, sobre todo la eucarístia que me hace custodia para llevarlo a otros en gesto de amor, ese moverse para mí viene de este viento de su Espíritu y creo que nos enseña la importancia de ser activos.
    Decía el dicho muy tico "lo que no se mueve se apelota" jaja, creo que Dios nos manda su Espíritu para eso, para no quedarnos con lo aprendido y "apelotarnos" sino movernos a la caridad.

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