24º domingo t.o., 12 septiembre de 2010
Lect.: Éx 32: 7 – 11. 13 – 14; 1 Tim 1: 12 – 17; Lc 15: 1 – 32
1. Se supone que los católicos diferenciamos el “pecado” de otras acciones humanas negativas que llamamos delitos, infracciones, errores, fallas, … Se supone que por siglos los cristianos cuando decimos “pecado” hablamos de una acción que tiene sentido religioso porque se refiere a Dios. Y también por siglos, teólogos, catecismos y pastores se han dedicado a tratar de entender qué es eso del “pecado” por la necesidad que tenemos de entendernos mejor a nosotros mismos y de entender nuestra relación con Dios. Entonces podemos encontrar páginas y escritos donde se nos dice que el pecado es una ofensa a Dios, que es un abuso de la libertad, que es salirse de la ley divina… por mencionar las concepciones más frecuentes. Y en torno a esta idea de pecado, sobre todo la de ofensa a Dios, se ha escrito también sobre la necesidad de pagar por ese pecado, incluso con la sangre de Cristo… En fin, Uds. conocen como yo lo que hemos aprendido desde niños sobre el tema, no siempre con mucho acierto.
2. Ante todas esas especulaciones que reflejan modos puramente humanos de aproximarse a esa realidad de lo que llamamos pecado, la lectura de Lc es refrescante. Jesús utiliza otra manera de hablar. En primer lugar, no habla del pecado en abstracto, ni se pone a hacer maromas mentales sobre lo que sería una ofensa al ser infinito. Aborda el tema de otra forma, hablando en concreto de lo que la gente religiosa de su tiempo llama “pecadores” y lo hace porque esa gente muy religiosa y estudiosa de teología —fariseos y letrados— le critica que deje que se acerquen a él los publicanos y pecadores. En segundo lugar habla, además, con parábolas, con comparaciones y no con definiciones casi filosóficas. Y en parábolas como las tres de hoy habla para dejarnos pensando sobre un par de cosas muy provocadoras. Primero, que el pecado es algo que nos afecta en primer lugar a nosotros mismos. Segundo, lo define como alejamiento, estar perdido, estar sin vida. Uniendo las dos enseñanzas, podríamos atrevernos a decir que Jesús llama pecadores a quienes viven la situación de extravío, el distanciamiento en el que podemos caer, alejándonos de nosotros mismos, es decir, de aquello más profundo dentro de nosotros que nos permite llegar a ser lo que somos más auténticamente. Claro, para nosotros creyentes eso que es lo más profundo de nosotros mismos, que es la raíz de nuestro ser auténtico, es lo que llamamos Dios.
3. En esta manera de ver las cosas, se comprende la cercanía de Jesús con los pecadores. No es el representante de un Dios pagano, furioso, que se siente ofendido por sus criaturas que le salieron mal hechas, sino que Jesús es el camino a un padre, es decir, según la mentalidad de la época, a la fuente de nuestra vida plena, a quien preocupa que alguno de sus hijos se aleje de la oportunidad de vivir “a full”, en plenitud el don de la vida que se les ha dado. Dios, en la práctica y experiencia de Jesús, es un padre, una madre, una vecina, un pastor que se llena de alegría cuando el alejado se devuelve, vuelve a la vida y se reintegra a ese ambiente de gozo y disfrute en la comunión con los hermanos y hermanas. Esta eucaristía nos permite experimentar esa vivencia de comunión y amor, y la Iglesia está llamada a ser ese espacio en el que los pecadores experimenten verdad, amor, justicia, libertad (como dice la oración eucaristía). Ω
Lect.: Éx 32: 7 – 11. 13 – 14; 1 Tim 1: 12 – 17; Lc 15: 1 – 32
1. Se supone que los católicos diferenciamos el “pecado” de otras acciones humanas negativas que llamamos delitos, infracciones, errores, fallas, … Se supone que por siglos los cristianos cuando decimos “pecado” hablamos de una acción que tiene sentido religioso porque se refiere a Dios. Y también por siglos, teólogos, catecismos y pastores se han dedicado a tratar de entender qué es eso del “pecado” por la necesidad que tenemos de entendernos mejor a nosotros mismos y de entender nuestra relación con Dios. Entonces podemos encontrar páginas y escritos donde se nos dice que el pecado es una ofensa a Dios, que es un abuso de la libertad, que es salirse de la ley divina… por mencionar las concepciones más frecuentes. Y en torno a esta idea de pecado, sobre todo la de ofensa a Dios, se ha escrito también sobre la necesidad de pagar por ese pecado, incluso con la sangre de Cristo… En fin, Uds. conocen como yo lo que hemos aprendido desde niños sobre el tema, no siempre con mucho acierto.
2. Ante todas esas especulaciones que reflejan modos puramente humanos de aproximarse a esa realidad de lo que llamamos pecado, la lectura de Lc es refrescante. Jesús utiliza otra manera de hablar. En primer lugar, no habla del pecado en abstracto, ni se pone a hacer maromas mentales sobre lo que sería una ofensa al ser infinito. Aborda el tema de otra forma, hablando en concreto de lo que la gente religiosa de su tiempo llama “pecadores” y lo hace porque esa gente muy religiosa y estudiosa de teología —fariseos y letrados— le critica que deje que se acerquen a él los publicanos y pecadores. En segundo lugar habla, además, con parábolas, con comparaciones y no con definiciones casi filosóficas. Y en parábolas como las tres de hoy habla para dejarnos pensando sobre un par de cosas muy provocadoras. Primero, que el pecado es algo que nos afecta en primer lugar a nosotros mismos. Segundo, lo define como alejamiento, estar perdido, estar sin vida. Uniendo las dos enseñanzas, podríamos atrevernos a decir que Jesús llama pecadores a quienes viven la situación de extravío, el distanciamiento en el que podemos caer, alejándonos de nosotros mismos, es decir, de aquello más profundo dentro de nosotros que nos permite llegar a ser lo que somos más auténticamente. Claro, para nosotros creyentes eso que es lo más profundo de nosotros mismos, que es la raíz de nuestro ser auténtico, es lo que llamamos Dios.
3. En esta manera de ver las cosas, se comprende la cercanía de Jesús con los pecadores. No es el representante de un Dios pagano, furioso, que se siente ofendido por sus criaturas que le salieron mal hechas, sino que Jesús es el camino a un padre, es decir, según la mentalidad de la época, a la fuente de nuestra vida plena, a quien preocupa que alguno de sus hijos se aleje de la oportunidad de vivir “a full”, en plenitud el don de la vida que se les ha dado. Dios, en la práctica y experiencia de Jesús, es un padre, una madre, una vecina, un pastor que se llena de alegría cuando el alejado se devuelve, vuelve a la vida y se reintegra a ese ambiente de gozo y disfrute en la comunión con los hermanos y hermanas. Esta eucaristía nos permite experimentar esa vivencia de comunión y amor, y la Iglesia está llamada a ser ese espacio en el que los pecadores experimenten verdad, amor, justicia, libertad (como dice la oración eucaristía). Ω
Me parece, como lo hemos conversado en varias ocasiones, que el tema del pecado se ha convertido en un asunto de poder para algunos quienes se encargan de señalar y atemorizar a la gente diciendoles que van a ser castigados con una vida eterna de sufrimiento inimaginable si no se comportan de tal o cual manera. El tema lamentablmente suscita tambien el morbo de mucha gente al criticar actitudes y acciones de la gente que no piensa y actúa igual que ellas. En fin sobre el tema se pueden explorar muchas dimensiones en las cuales ha sido y es mal abordado el tema en la actualidad por la mayoría de las religiones occidentales.
ResponderBorrarMe parece que nos das una visión más clara de por donde debe ir el enfoque del tema, y que tiene que ver no con presentar a un Dios que esta por alla en los cielos y nos va a juzgar al final de nuestros días según nuestro comportamiento con el libro de ley en sus manos viendo a ver en donde fallamos para despacharnos rapidito a donde nos corresponde, sino que el pecado es algo que nos aleja de lo que somos en realidad.
Es aquello que nos aleja de nuestra verdadera felicidad y realización profunda como seres humanos. Muy gratificante tu sermón jorge
Gracias por tu comentario, Edwin. Aunque este es un blog serio, no he podido menos de recordar una anécdota graciosa familiar. Tengo unas primas que, en distinto grado, sufrieron una educación católica muy conservadora de pequeñas. Sobre todo con una laica maestra de religión que tenían. Ellas la apodaron "la dueña del pecado", evidentemente porque era la que dictaminaba qué se podía y qué no se podía hacer, y por ahí. Me lo recordaste con esto que decís de la relación con el poder. Ya más seria sería la referencia al clásico "El Gran Inquisidor" de los Hermanos Karamozov, de Dovstoiesky. - En todo caso, hay que estar agradecidos que releer estos temas desde la búsqueda de espiritualidad que tratamos de hacer, nos permite otra visión y otra experiencia.
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