Lect.: Isaías 62:1-5; Salmo 96:1-3, 7-10; I Corintios 12:4-11; Juan 2:1-11 Desde pequeños, —al menos así fue mi experiencia personal—, la formación religiosa institucional nos fue creando una representación de la vida en la que, con una cierta ingenuidad y simplismo, de lo que se trataba era de “portarse bien”, es decir, cumplir con unos mandamientos para, de esa manera, realizar la voluntad de Dios y así salvarse uno mismo y ganar el cielo. Como lo hizo para el pueblo judío, esa imagen de Dios que aprendimos, nos hablaba siempre desde la Ley, —su Ley— y, dependiendo de cómo cumpliéramos, sabíamos que ese Dios nos pediría cuentas de nuestro comportamiento. La persona de Jesús, la idea de redención y salvación, la Virgen María, la Iglesia, los sacramentos y la manera de entender la fe, todo estaba armado para formar parte de esa visión. Y claro, desde esta perspectiva, dada nuestra fragilidad humana, aprendíamos a vivir siempre con sentimiento de culpabilidad, —a menudo sintién...
Reflexiones a partir del texto evangélico de la celebración eucarística de cada domingo, considerando su estudio exegético y leído desde algunos de los retos del entorno de nuestra vida actual. Bienvenidos los comentarios.