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19º domingo t.o. "No hay don de Espíritu donde no hay don de 'la carne' "

Lect.: 1 Reyes 19:4-8; Efesios 4:30--5:2; Juan 6:41-51

  1. El domingo pasado explicábamos que la expresión “pan de vida” en este discurso del cap. 6 de san Juan, el “pan de Dios”, es una forma metafóricaque utiliza el evangelista para significar lo que alimenta en profundidad la vida del ser humano. Con la metáfora “pan de vida” el evangelista quiere referirse a  la comunicación permanente que Dios hace de su propia vida divina a toda la humanidad. Así como en la historia del Éxodo, el maná que descendía del cielo, garantizaba en buena parte la alimentación permanente del pueblo peregrino en el desierto, ahora la alimentación y fortalecimiento espiritual del pueblo se garantiza por una nueva forma de “pan de vida” dada por el Padre.  Es la comunicación de su propia vida divina, a la que nadie ha visto nunca pero que ahora se revela en la forma de vivir del Hijo del Hombre,  Jesús de Nazaret. No es un alimento físico, sino una forma de vida que alimenta, realiza y da plenitud a quien la asimila y la vive, animada por eldon del Espíritu, que da la comunicación de vida de Dios al hombre. Cuanto más se vive asimilándose a la manera de vivir de Jesús de Nazaret, más se humaniza la persona que lo vive. Por eso es un “alimento”que, a diferencia del maná, no es físico, material, —hoy diríamos que es intangible, pero  muy real—, que no está dirigido en exclusiva a un pueblo ni a una Iglesia, sino que está al alcance de toda la humanidad. Como hemos repetido muchas veces es un modo de vida que se caracteriza, como la vivió Jesús, por la continua entrega en el servicio y solidaridad con quienes más lo necesitan, hasta el momento de la muerte.
  2. El choque que este discurso produce en los judíos ligados al Templo, que se muestran como adversarios de Jesús, hay que entenderlo en esta perspectiva. El problema no es que estos adversarios piensen que Jesús esté hablando en términos literales de “comerlo” a él, y a su carne, —como una forma de “canibalismo”. Por supuesto que no.  Son gente acostumbrada al lenguaje metafórico, a las parábolas, a las comparaciones. Estaban habituadas a llamar “pan”  a la Ley. Pero  ahora se dan cuenta de que con la figura de “comer el pan, comer la carne” se está presentando la identificación con Jesús, la asimilación de su forma de vida, como el camino para participar permanentemente de la vida divina, de la vida definitiva. Y esto es lo que les choca y  les resulta inaceptable: ven incompatibles la realidad humana y la realidad de la vida de Dios.Entonces Jesús les hace ver que, por el contrario, ambas dimensiones están unidas inseparablemente: quienes le objetan, en realidad, no conocen ni se acercan a Dios, porque desconocen y están desinteresados por el destino del ser humano. El que le acepta a Jesús, el que viene a él, en cambio, es porque Dios mismo le atrae, le empuja. Dicho a la inversa, aquel que se siente atraído por Dios, por fuerza se acerca al ser humano, se acerca al hijo del hombre.
  3. Como en otros pasajes del evangelio, queda claramente de manifiesto este rechazo de que lo divino y lo humano puedan unirse Lo hacen evidente las murmuraciones  de los adversarios judíos diciendo: “¿No es éste Jesús, hijo de José, cuyo padre y madre conocemos? ¿Cómo puede decir ahora: He bajado del cielo?»   Les resulta blasfemo, les repele pensar que alguien de carne y hueso —y, por añadidura, de clase popular— “usurpe”, según creen, el puesto de Dios. “Para los judíos esta era una razón para matarlo, porque  no solo violaba el sábado sino que se hacía igual a Dios (Juan 5:18). Y un poco más adelante Juan (10:33) insiste, “Los judíos le respondieron, ‘No queremos apedrearte por ninguna obra buena, sino porque blasfemas, ya que siendo hombre te haces Dios”. Hasta cierto punto se trata de una objeción, una desconfianza que ha permanecido por siglos en la vida de la Iglesia.
  4. A lo largo de nuestra vida, —lo  hemos experimentado los más viejos, pero también lo descubrimos en situaciones recientes— sin duda que hemos topado con actitudes y posiciones religiosas que contraponen a Dios con el ser humano, que ven que “lo humano” equivale a lo pecaminoso, que piensan que hay que escaparse de la vida cotidiana, de la vida de esfuerzos y alegrías, de fallos y de logros, que caracterizan nuestra vida ordinaria, para poder alcanzar a Dios.  Puede parecer extraño y contradictorio, pero después de 21 siglos del nacimiento de Jesús de Nazaret a quien con los labios confesamos como hijo de Dios e hijo del hombre, a quien la teología y la fe cristiana han confesado como encarnación de Dios, esa confesión se niega en la práctica; en la práctica se ha vivido en las iglesias cristianas una falsa oposición entre lo divino y lo humano. Esta oposición se da cuando se tiende a oponer ciencia y fe, desconfiando de los resultados de la ciencia mientras no sean “aprobados” por el Magisterio de la Iglesia. Se tiende a oponer “lo mundano” con lo sagrado, temiendo que lo que surge en la vida del mundo no puede provenir del Espíritu. Todavía más peligroso, —se  ha visto en discusiones políticas recientes— no se aceptan como valores éticos, o como derechos humanos, sino solamente los que estaban respaldados por la religión…      Tal pareciera que en el fondo de estas y otras actitudes, perviven las mismas objeciones de los adversarios históricos de Jesús, ligados a la Ley y al Templo, que no pudieron ver la presencia de la vida divina en el carpintero, en el hijo de María y de José. La piedra de escándalo, de tropiezo es, por tanto, la desconfianza en humanidad de Jesús, desconfianza en el valor de nuestra propia condición humana. Y, sin embargo, es precisamente en esa carne y sangre, herencia humana de Jesús y nuestra, donde está la plenitud del Espíritu (Juan 1,32: “He visto al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y permanecer sobre él”) Este don es el que hace la vida de Jesús  presencia de Dios en la tierra. Los adversarios de Jesús separan a Dios del hombre; no creen ni confían en la grandeza del amor divino, generoso y gratuito, que lo lleva a comunicarse, a estar presente permanentemente en la humanidad. Están más apegados y confían más en la Ley, en las instituciones religiosas, en las doctrinas. Desconocen la presencia de un Dios cercano.
  5. Por eso, para nosotros, vuelven a resonar las palabras del evangelista Juan que universaliza la presencia de Dios en todos los hombres y mujeres cuando dice “'Serán todos discípulos de Dios”.  Y repetimos lo dicho la semana pasada: nos invita el evangelista a asumir nuestra vocación cristiana de ser pan para nuestro prójimo, pan para vida del mundo, con toda confianza en que el misterio del don de Dios se realiza en el misterio de nuestra vida humana. “No hay don de Espíritu donde no hay don de la «carne». A través de ella, el don de Dios se hace concreto, histórico, adquiere realidad para el hombre” (Juan Mateos y Juan Barreto, “El evangelio de Juan”) 


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