Lect.:
Job 7:1-4, 6-7; I Corintios
9:16-19, 22-23; Marcos 1:29-39
- A menudo, cuando leemos el evangelio con atención y de manera reflexiva, caemos en la cuenta de hasta qué punto estamos lejos de la mentalidad palestina del tiempo de Jesús, y qué poco comprendemos la forma como se entendían a sí mismos, cómo veían entonces lo que hoy llamamos “nuestro planeta”, cómo interpretaban la vida humana, las relaciones sociales y, de manera particular, cómo se veían influidos por la existencia de un mundo que consideraban invisible pero real, poblado de espíritus buenos y malos. Por eso, es probable que no entendamos de buenas a primeras, qué es lo que quiere expresar Marcos cuando en los primeros párrafos en que presenta la actividad de Jesús, lo ve realizando curaciones y expulsando “demonios”. Hoy por ejemplo, Marcos habla de cómo cura a la suegra de Pedro que estaba con fiebre, y a continuación cuenta que “curó a muchos que se encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios”. No podemos en este espacio adentrarnos en detalle en lo que quiere decir el evangelista por esta aparente “posesión diabólica”. Tomemos conciencia, por hoy, de que la misma redacción de los evangelios está influida por la visión que otros pueblos de la época —como egipcios, persas y griegos—tenían de la vida humana. Los judíos reciben de esos pueblos el cuadro de un escenario en que espíritus del mundo invisible incidían en hombres y mujeres y en su mundo. Incluso pensaban que algunos de esos espíritus eran responsables de males físicos, eventos naturales como terremotos o inundaciones, que nos afectaban a los humanos. En el mundo antiguo de esas otras grandes civilizaciones se concebía, prácticamente, un “duelo cósmico” entre los principios del bien y del mal.
- Pero cuando el movimiento cristiano se va afianzando y cuando ya una gran población pagana se convierte al cristianismo, son llamados a transformar la visión del mundo que habían tenido hasta ahora y que predominaba en sus pueblos de origen. Al nuevo convertido y bautizado se le pedía la confesión y el reconocimiento de que el poder de Dios, presente en Jesús de Nazaret, no dejaba lugar para la presencia de otras fuerzas negativas, malignas, paralelas a la divina. Se acaba, dentro de la visión evangélica, la idea del “duelo o guerra cósmica” entre los principios del Bien y del Mal. Sin embargo, la transformación de los modos de pensar no es automática. Los cambios culturales son lentos. A pesar de esta nueva visión positiva que les transmite la Buena Noticia, y que resalta la presencia salvadora divina en toda nuestra vida, y que además permite entender las catástrofes como naturales, siempre queda algo —y en algunos sectores cristianos— de la influencia del pensamiento pagano que sigue creyente en las “malas influencias demoniacas” aunque ahora las ven asociadas, ya no a eventos naturales sino al orden moral, es decir, son utilizadas para explicar los conflictos personales y de grupos que nos afectan a todos. Esas reminiscencias del pensamiento pagano pasaron, a lo largo del tiempo, a algo peor, y muy poco cristiano. Para “cristianos extremistas” y fundamentalistas, que ya no podían responsabilizar a seres invisibles, de la presencia del mal, y tampoco podían darle entidad y sustancia a ese mal, era fácil caer en la tentación de “materializar” esas fuerzas del mal en los “otros”, los que, para ellos, “no estaban del ‘lado de Dios’ ”, los que no se habían “convertido”. De ahí la tendencia a demonizar, a satanizar a todos aquellos que ven como oponentes, como rivales a lo que los cristianos defienden como valores. En un momento esos rivales serán los judíos, luego, específicamente, los fariseos, después los no cristianos y siglos después, tras la Reforma, para Lutero los “demonios” serán el papa de Roma y sus seguidores. Lo contrario, lo será para el lado católico. En el fondo, ha sido la reaparición o supervivencia, dentro de las iglesias mismas, de tendencias humanas muy profundas y muy primitivas que se dejan arrastrar por la tentación de ver a los otros, a los que nos aparecen como diferentes de nosotros, como peligrosos e incluso como malos y dañinos para nuestra identidad.
- Saltemos a nuestros días. En esta reciente campaña electoral en Costa Rica, que acabamos de terminar, uno de los hechos más llamativos y, hasta extraños que se produjeron, fue la utilización de argumentos religiosos y, particularmente morales, para apoyar a determinados candidatos y, de manera indirecta, desautorizar a otros. Hasta ahí uno podía hablar, simplemente, de un uso indebido de la religión, como lo señaló el Tribunal Supremo de Elecciones. Pero, en realidad, había algo más que no podía ser captado por la sola legislación electoral. Cuando los argumentos de los partidos “evangélico – católicos” apuntaban a afirmar que solo los valores éticos “nuestros”—los suyos— eran los verdaderos y aceptables, era fácil caer, de nuevo, en la trampa de demonizar, de satanizar a todos “los otros”, que somos muchos, que tenemos valores éticos sinceros, pero que los entendemos, quizás, de manera distinta a como los han interpretado las actuales jerarquías de las iglesias católica y evangélicas neopentecostales. (Ver nota).
- Si volvemos a leer en los evangelios cómo fue la actividad de Jesús, siempre lo descubriremos en la línea de devolver la salud, de ejercer el perdón y la misericordia, como signos de la presencia de Dios y nunca con actitud condenatoria y deslegitimadora de aquellos que pensaban distinto. Es de esa actitud de Jesús de la que los cristianos debemos empaparnos para construir paz y auténtica comunión en una sociedad cada vez más diversa como la actual sociedad costarricense, pero en la que podemos buscar coincidencias con quienes, independientemente de la etiqueta confesional que tengan, también prioricen lo que es valioso para todas las personas y está respaldado por los derechos humanos. Ω.
NOTA:
Lo serio del caso es que esos grupos
“evangélicos” se guían por su convicción de que es necesario organizar y
mantener una verdadera “guerra espiritual”,
contra quienes son realmente sus “enemigos” porque atacan la mente, la lengua, los “territorios estratégicos” del cuerpo físico,
las finanzas y a través de personalidades humanas. Para estos extremistas
“cristianos”, "Satanás ha
organizado sus fuerzas
para un plan
de la batalla
total. Gobernadores de
las tinieblas son
asignados a cada
nación, cada hombre,
mujer y niño,
para ponerlos en
esclavitud”. En esa perspectiva se comprenda su participación en
partidos políticos para apoderarse de los puestos hoy ocupados por los “gobernadores de las tinieblas” . Puede
verse más desarrollado esta línea de pensamiento en el libro “Estrategias Espirituales: Un Manual
Para La Guerra Espiritual”, Harvestime International Institute .Instituto Internacional Tiempo de
Cosecha.
Excelente reflexión sobre la encrucijada que vive el país!
ResponderBorrarGracias padre.
ResponderBorrarMe acabo de encontrar su blog y ha sido una ráfaga de viento fresco, en medio de tanta aridez. Voy a seguirlo leyendo. Muchas gracias.
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