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6o domingo tiempo ordinario

6º domingo t.o. 15 feb. 09
Lect.: Lev 13: 1 – 2. 44 – 46; 1 Cor 10: 31 – 11: 1; Mc 1: 40 – 45

1. Quizás a muchos se nos habrá ocurrido contar el número de relatos de milagros de curación que incluyen los evangelios. Son alrededor de 30 relatos. Y si Uds. han ido más allá, para buscar en san Pablo, se habrán topado con la sorpresa de que el Apóstol no narra ninguno y jamás habla de Jesús como un “hacedor de milagros” o como un “sanador”. Pareciera, entonces, que ese no es el perfil más importante de Jesús que quieren presentar los evangelistas. Y que los relatos de curaciones intentan mostrarnos algo más profundo que la recuperación de la salud corporal. Si fuera lo contrario, uno no entendería por qué Jesús curó tan poquitos y por qué a esos y no a otros. (Hubieran sido muy distintos los evangelios). Lo esencial de la predicación del Señor y de sus actividades lo aclara Mc desde el principio de su texto: proclamar la Buena Nueva de la llegada del Reino y mover a la transformación personal al aceptar esta noticia. Los relatos de curaciones intentan, ante todo, destacar con lenguaje simbólico variado lo que significa esa llegada del Reino a cada uno de nosotros. La enfermedad es una adecuada manera de explicarlo. Sin negar que también expresa la compasión de Jesús por los que sufren.
2. Hay algo que todos hemos experimentado. Toda enfermedad, hasta las más comunes y sencillas, más allá de la dolencia física conlleva serias limitaciones individuales y sociales. Podemos sentirnos abatidos, deprimidos, solos, incapaces, sin poder comunicarnos o relacionarnos bien. Padecemos, en diferente grado, aislamiento de la vida social. No digamos ya si se trata de enfermedades graves y, en particular, las contagiosas. Para decirlo en una frase: la enfermedad nos hace más conscientes de las limitaciones que tenemos como seres humanos, de nuestra fragilidad, de nuestra condición perecedera. Y ante esa conciencia no es raro que perdamos perspectiva de lo que somos y valemos, que reaccionemos con desesperación, enojo, con imposibilidad de aceptar lo que somos e incapaces de descubrir nuestras mejores cualidades. Estas dimensiones profundas de toda enfermedad, y de la condición humana, son las que vienen a transformarse con la llegada del evangelio a cada uno de nosotros. La Buena Nueva reaviva la fe, es decir, la confianza que el Espíritu ha puesto en nuestros corazones, la capacidad de vernos con lentes distintos de los de la vida ordinaria, de descubrir la presencia de Dios en nuestro cuerpo mortal y de crear en nosotros una realidad nueva. La lepra, la ceguera, la parálisis,… todos esos casos que aparecen en las narraciones evangélicas subrayan uno u otro aspecto de esas dolencias y limitaciones que tenemos los humanos, más allá de las enfermedades físicas. En esos pocos relatos de curaciones que hace, Jesús no pretende presentarse como aquel que necesita ser necesitado por todos, porque era físicamente imposible responder a las necesidades de todos. Más bien con su ministerio muestra lo que puede transformarse cada uno de nosotros cuando somos como él portadores del Espíritu de Dios.
3. A veces hay gente que dice: “si tuviéramos fe, Dios continuaría realizando milagros”. Son los que piensan que los milagros de Jesús se dirigen a las enfermedades físicas y sustituyen la acción de la medicina. En realidad, podemos afirmar que Dios sigue haciendo milagros, pero en el sentido más profundo que acabamos de explicar. En todo el que recibe la Buena Noticia de que dentro de sí ya está el Reino de Dios, en todo el que se abre a esta actitud de fe, la fuerza de Dios continúa realizando la transformación de cada uno de nosotros, haciéndonos plenamente humanos, plenamente divinos, incluso en nuestra condición de criaturas frágiles y limitadas.Ω

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