Lect.: II Reyes 4,42-44, Ef 4,1-6, Jn 6,1-15 Por distraídos que estemos en misa, nos sorprenderá que, de repente, sin ninguna fiesta especial de por medio que lo justifique, se interrumpa la lectura continua del evangelio de Marcos —tan concreto y aterrizado en el seguimiento de la vida de Jesús— y se sustituya por un texto de Juan, —que no deja de ser complicado, con símbolos no fáciles y distantes culturalmente. Más sorprende que este remplazo se haga durante cinco domingos seguidos. Si queremos preguntar la razón a liturgistas, —al menos, vía internet— no encontraremos más que dos aparentes razones no muy convincentes: que el evangelio de Marcos es muy corto y no da para “rellenar” cuatro o cinco domingos del ciclo ordinario de este año; y que a veces se recurre a otro evangelio cuando hay que explicar o ahondar “un poco más en un tema”, —como si cada evangelista no hubiera tenido su propósito propio y de su comunidad, al escribir lo que escribió y como lo escribió...
Reflexiones a partir del texto evangélico de la celebración eucarística de cada domingo, considerando su estudio exegético y leído desde algunos de los retos del entorno de nuestra vida actual. Bienvenidos los comentarios.