Lect.: Dan 7: 13 - 14; Apoc 1: 5 – 8, jn 18. 33 - 37 Una de las tentaciones más profundas que nos obstaculizan nuestro crecimiento espiritual es la tentación de dominar y oprimir a los demás. Tan profunda que casi nunca caemos en la cuenta de que tenemos esa tentación y de que nos dejamos vencer por ella. Por eso ni siquiera aparece en nuestros exámenes de conciencia y en nuestras confesiones. Es una tentación que se nos aparece disfrazada. Se disfraza de deseos legítimos: Cuando somos padres de familia, o profesores, o funcionarios públicos, se disfraza del deseo de colaborar con el orden y la disciplina. Cuando somos ministros religiosos se disfraza del afán de ayudar a que se cumpla la voluntad de Dios. Y, seamos lo que seamos, suele disfrazarse del legítimo deseo de crecer, de llegar a descubrir y a ocupar el puesto que nos corresponde en la vida. Todos esos deseos legítimos se ven distorsionados por la tentación de dominar y oprimir...
Reflexiones a partir del texto evangélico de la celebración eucarística de cada domingo, considerando su estudio exegético y leído desde algunos de los retos del entorno de nuestra vida actual. Bienvenidos los comentarios.